Texto del Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus
discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También
de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores
de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él.
Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una
pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que
cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus
inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de
Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser,
Girona, España).
«Le
siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de
Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón»
Hoy,
todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán, deberíamos
recordar el talante de conversión de nuestro propio bautismo. Todos fuimos
bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo Espíritu para formar un
solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad: formar un solo cuerpo,
ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.
En
el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de Galilea» y también otra
mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8) se acercan al Señor. Y
Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción. Esto lo hemos de tener
muy presente durante el octavario de oración para la unidad de los cristianos.
Démonos
cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos hemos dividido en
católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un largo etcétera de confesiones
cristianas. Pecado histórico contra una de las notas esenciales de la Iglesia:
la unidad.
Pero
aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La de nuestro obispado, la de
nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano. ¿Somos realmente una sola
cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo de conversión para los
alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn
17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos vean cómo se
relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu Santo en la
Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).
Recordemos
que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que la unión de cada uno con Jesús—
se ha de manifestar la unidad de la Asamblea, ya que nos alimentamos del mismo
Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que los sacramentos significan, y la
gracia que contienen, exigen de nosotros gestos de comunión hacia los otros.
Nuestra conversión es a la unidad trinitaria (lo cual es un don que viene de lo
alto) y nuestra tarea santificadora no puede obviar los gestos de comunión, de comprensión,
de acogida y de perdón hacia los demás.
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