Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: - «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el
labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Corno el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, corno el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Corno el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, corno el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
Reflexión del Evangelio de hoy
El
espíritu del resucitado sigue vivo y presente en su Iglesia
En
esta lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos cuentan las primeras
dificultades que surgieron en la iglesia primitiva. Una controversia entre las
comunidades de Jerusalén y Antioquía, debido a la obligación de seguir o no
algunas costumbres mosaicas, cuya práctica mantenían los primeros discípulos.
El conflicto derivó en convocar lo que se considera el primer concilio de la
Iglesia naciente en Jerusalén. El dilema, ya atestiguado por Jesús en muchas
narraciones del evangelio, enfrenta el caduco legalismo mosaico a la nueva ley
de la libertad en Cristo, la singularidad del pueblo judío o la universalidad
de la salvación de Jesús a través de la fe en su evangelio. El Espíritu de
Jesús que envió a sus discípulos a predicar el evangelio a todas las naciones,
se hace presente de nuevo en medio de la historia. La salvación del Señor y la
aceptación por la fe en Jesús, necesitaba una reinterpretación en aquella
sociedad primitiva mediatizada por el pensamiento judaico. Y en los párrafos
siguientes de los Hechos se nos contesta: “Hemos decidido el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”. Esta presencia
permanente del Espíritu en medio de la Iglesia, sigue vivificando la vida de
los fieles. Se han celebrado sucesivos concilios para fortalecer la fe de la
Iglesia. Dar una respuesta concreta a las necesidades y urgencias de los
tiempos es una inquietud permanente de nuestros representantes eclesiales. Y
también una permanente necesidad de avivar nuestra fe en Jesús, que expresa su
energía en el esfuerzo de santidad y testimonio al que nos invita el Papa
Francisco en su última carta encíclica.
Permaneced
en mí y yo en vosotros
Santidad
que se vincula inseparablemente al seguimiento de Jesús. El seguimiento que
Jesús nos pide es que permanezcamos junto a Él, ser sarmientos vivos inundados
por su vida y su gracia. Jesús es la vid verdadera y el Padre el labrador.
Purificados por su Palabra y unidos a la fuente de vida que es Jesús
participamos de la vida del Padre y damos fruto abundante. Toda la riqueza de
nuestra existencia depende de esa unión íntima con Jesús. De esta comunión
brota la fecundidad de nuestros actos. Dios actúa por nosotros, y casi siempre,
por encima de nosotros. Testigos de Jesús reflejamos su vida, sus palabras y
sus actos. Amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad… son la insignia
que ha de expresar nuestra conexión con la vida de Dios, con la savia divina
que recorre nuestra vida. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, daréis fruto abundante. Un fruto que como dice el Papa Francisco, ha
de manifestarse en la vivencia de las bienaventuranzas, programa de la vida de
Jesús en este mundo, y por consiguiente, programa vital para todos sus
discípulos.
Nuestro
fruto es descubrir el verdadero sentido de la vida, ser personas que viven con
serenidad, esperanza, alegría y fortaleza en medio de las dificultades.
Personas que además, saben transmitir a los demás esos valores y les ayudan en
sus dificultades y titubeos. Personas vinculadas y vivificadas por la savia del
amor y la Palabra de Dios que fortalece toda nuestra vida, y es fuente de vida
para quienes nos rodean. Llenos del amor de Dios que nos desborda y debe
desbordarse en nosotros para que la caridad sea siempre nuestra realidad
circundante.
¿Cómo
sentimos la fuerza de Cristo en nuestras vidas? ¿Su presencia es una realidad
que orienta y da sentido a nuestros comportamientos?
D. Oscar Salazar,
O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
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