jueves, 14 de julio de 2011

Evangelio del Domingo [17.07.2011]

Día litúrgico: Domingo XVI (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,24-43): En aquel tiempo, Jesús propuso a las gentes otra parábola, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.

»Los siervos del amo se acercaron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’. Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto’. Dícenle los siervos: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’. Díceles: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero’».

Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo».

Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

“Juntos hasta la siega”


(Reflexión sobre la parábola del trigo y la cizaña: Mt. 23,24-30)

Dentro de este discurso parabólico que nos ofrece el Señor en su Palabra, por medio de San Mateo, nos encontramos con una de las más elocuentes parábolas que tratan sobre el Reino de los Cielos: la parábola del trigo y la cizaña (Mt. 23,24-30). Y, aunque pueda que no nos agrade mucho, advierte mucho de nuestra vida eclesial.

Un hombre sembró buena semilla en su campo. Él es el dueño del campo, la parábola lo expresa así por dos ocasiones. Pero de noche el enemigo sembró cizaña, no dice cerca del trigo, sino entre el trigo, de tal manera que cuando aparecieron las plantas, era riesgoso arrancar la cizaña porque con ella podría arrancarse prematuramente el trigo. Muchos lectores imaginan que la cizaña es cualquier hierba mala, pero sobre ella habrá que decir un par de cosas.

La cizaña se parece mucho al trigo, que se cría en los sembrados y, en general, en los cultivos de la región mediterránea. Es conocida sobre todo por sus propiedades tóxicas. Por ello, la harina de cizaña es venenosa. Es una planta silvestre, vive naturalmente en los campos y, lo que es peor, es parásita de los cereales. Y, aunque tiene sus espiguillas, no crece más de un metro. Y sólo se puede distinguir al final de entre el trigo, en el momento de la siega. Mientras que bien conocemos al trigo por ser un cereal rico en proteínas y el pan posteriormente fabricado con su harina es también signo de unidad; de la unidad a la que está llamada la Iglesia.

Queridos hermanos, el mal y el bien crecen juntos. El Señor así lo permite, mas no lo desea. En la perícopa que hoy nos ofrece la liturgia los siervos preguntan: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” A lo que el Señor responde: “el enemigo lo ha hecho”. Ciertamente los amigos no hacen daño, al menos no intencionalmente. Este es otro de los pasajes en los que el mismo Jesús expone que el maligno existe y puede vulnerarnos. El maligno se introduce en terreno ajeno para perjudicar a los hijos de Dios. La Sagrada Escritura nos dirá en otra parte: “Estad alerta. Vuestro enemigo, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe.” (1Pe. 5,8).

Así también en el seno de nuestra Iglesia crece el trigo y la cizaña. Nosotros le pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a ser siempre trigo, y trigo bueno. Podremos vivir entre la cizaña, pero no debemos dejarnos arrastrar por ella. Podríamos comportamos como la cizaña por nuestros actos negativos en contra del proyecto de Dios. Pero, no es la voluntad de Dios que el trigo bueno se vuelva cizaña. Si el Señor sabe tener paciencia con el trigo que crece lentamente hasta madurar y dar buen fruto, más aún lo tendrá con la inútil y dañina cizaña, en espera que se convierta y cambie de actitud. Pues, nuestro Dios es el Dios de la esperanza.

Quizá nos consideramos trigo bueno sin serlo. Si el Señor puede sacar de las piedras hijos de Abraham, ¿acaso dudamos que pueda convertir la cizaña en trigo? Por ello, el arrepentimiento y la conversión jamás deberán ser arrancados de nuestro corazón. Tú y yo estamos destinados a ser trigo para alimentar la vida de la Iglesia con frutos de conversión, de paz, de justicia, de reconciliación, de caridad, de verdad...

Pidamos pues al Señor para que nos convierta en trigo bueno, destinado a ser alimento, y dispongamos nuestro corazón para que Su gracia nos transforme por su Palabra y por los sacramentos. Y que el Espíritu Santo vaya sembrando en nuestro corazón las virtudes necesarias para ser auténtico trigo y jamás venenosa cizaña.

(Por Diác. Héctor Gonzalo Tuesta Encina,

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