Lectura
del santo evangelio según san Mateo 11, 11-15
En aquel
tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En
verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista;
aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
El que
tenga oídos, que oiga».
Reflexión
del Evangelio de hoy
La
sabiduría de los pequeños
Este
texto de la segunda parte del libro de Isaías, recoge la ternura y el aliento
con el que Dios se dirige a aquellos judíos desterrados que han de emprender el
camino de regreso a su tierra. “Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por tu diestra”.
Dios promete agua para el corazón reseco de ese pueblo que ha buscado saciar su
sed en otros dioses, que ha perdido la esperanza en su Dios.
Todos
vivimos, en algún momento de la vida y por tantos motivos diferentes, esa
desazón profunda que parece oscurecerlo todo, despojarlo de sentido y alegría.
Nos sentimos resecos y frágiles. Parecen abrirse caminos, pero nos faltan las
fuerzas para levantarnos y ponernos en marcha. El Señor se acerca hoy a cada
uno para decirnos: “No temas, yo mismo te auxilio”. Nuestra fuerza, alegría,
sentido, ánimo están en El. “Mira, te convierto en trillo nuevo…tú te alegrarás
en el Señor”.
En lo más
radical de la soledad, en lo más profundo de cada situación, hay Alguien, que
siempre está ahí. Nos encontramos con el Dios que nos toca y transforma, con el
Dios que nos ama insospechadamente, con el Dios que se vuelve nuestra esperanza
real. Es cuando brota la humildad tan necesaria, la sabiduría de saberte
y sentirte pequeño, en sus manos. Descubrimos, no sólo que no somos el
centro del mundo, sino que ni siquiera somos el centro de nosotros mismos.
En
mi centro no hay un yo solitario, sino que habita Dios, la Palabra ha plantado
su tienda.
La
grandeza de los pequeños
El
Evangelio de hoy nos adentra un paso más en este tiempo de adviento, con la
figura emblemática de Juan Bautista. Jesús es radical en sus expresiones: “No
ha nacido uno más grande… El es Elías, el que tenía que venir”. Los violentos
arrebatan el reino de los cielos, no dejan oír el mensaje de la buena noticia
del Reino. Y termina el texto con la invitación a escuchar:” El que tenga
oídos, que oiga”.
¿Qué hay
que oír? ¿Sentimos que necesitamos un salvador? En medio de la violencia de
todo tipo, de tantos discursos y promesas huecas, de la continua violación de
los derechos más fundamentales y la destrucción del planeta, somos incapaces de
oír las palabras del profeta. Seguimos contemplando impasibles cómo se nos
arrebata la vida, la bondad, la belleza, la verdad, lo que nos hace más humanos
y dignos.
Hay una
frase que es desconcertante: “el más pequeño en el reino de los cielos es más
grande que él”. Los valores que alientan nuestras sociedades son el éxito, ser
influyentes, importantes, ricos y poderosos. Esas son las violencias que
arrebatan el reino, que destruyen a los más débiles y lo más humano de cada
uno.
Un
sacerdote hizo una vez un comentario sobre un grupo de chavales de un barrio
bastante conflictivo de la periferia de la ciudad:” ¡A ver si conseguimos hacer
de estos niños verdaderos hijos de Dios!”. A lo que una señora, del equipo de
Cáritas de la parroquia, contestó: “No, padre, son ellos los que hacen de
nosotros verdaderos hijos de Dios”.
Jesús
propone y vive un camino totalmente diferente, el que se hace pequeño con los
más pequeños, denuncia las actitudes de quienes quieren ocultar la luz, y es
buena noticia para quienes quieran oírla. ¿Quiénes son los más pequeños en el
reino de los cielos? Los que son capaces de agacharse para contemplar un Dios
hecho niño, y le reconocen.
Terminamos
con unas frases del libro “Sabiduría de un pobre”, de Leclerq: “El hombre no
se salva por sus obras, por muy buenas que sean. Es preciso que se haga
él mismo obra de Dios… Entonces se hace niño y juega el juego divino de la
creación. Puede mirar con igual corazón al sol y a la muerte. Con
la misma gravedad y la misma alegría”.
Hna.
Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/12-12-2019/
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