Texto
del Evangelio (Mt 17,1-9): En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se
transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y
Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor,
bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías».
Todavía
estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube
salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco;
escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de
miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis
miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y
cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta
que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
Comentario: + Rev. D. Joan SERRA i Fontanet (Barcelona, España).
«Este
es mi Hijo amado»
Hoy,
el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor.
Jesús, después de la confesión de Pedro, empezó a mostrar la necesidad de que
el Hijo del hombre fuera condenado a muerte, y anunció también su resurrección
al tercer día. En este contexto debemos situar el episodio de la
Transfiguración de Jesús. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había
revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido
divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que Jesús
transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado;
escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su
persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y
seguirlo.
Con
el fin de evitar equívocos y malas interpretaciones, Jesús «les ordenó que no
contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera
resucitado de entre los muertos» (Mc 9,9). Los tres apóstoles contemplan a
Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el Salvador no quiere que lo
difundan hasta después de su resurrección, entonces se podrá comprender el
alcance de este episodio. Cristo nos habla en el Evangelio y en nuestra
oración; podemos repetir entonces las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien
estamos aquí!» (Mc 9,5), sobre todo después de ir a comulgar.
El
prefacio de la misa de hoy nos ofrece un bello resumen de la Transfiguración de
Jesús. Dice así: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los
discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y
los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para
llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que los cristianos no
debemos olvidar nunca.
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