Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un
hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice:
«Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en
casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con
Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por
qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo,
dijo: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id,
pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no
sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Comentario: + Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó (Barcelona, España).
«Sígueme»
Hoy,
el Evangelio nos habla de una vocación, la del publicano Mateo. Jesús está
preparando el pequeño grupo de discípulos que han de continuar su obra de
salvación. Él escoge a quien quiere: serán pescadores, o de una humilde
profesión. Incluso, llama a que le siga un cobrador de impuestos, profesión
menospreciada por los judíos —que se consideraban perfectos observantes de la
ley—, porque la veían como muy cercana a tener una vida pecadora, ya que
cobraban impuestos en nombre del gobernador romano, a quien no querían
someterse.
Es
suficiente con la invitación de Jesús: «Sígueme»
(Mt 9,9). Con una palabra del Maestro, Mateo deja su profesión y muy contento
le invita a su casa para celebrar allí un banquete de agradecimiento. Era
natural que Mateo tuviera un grupo de buenos amigos, del mismo “ramo
profesional”, para que le acompañaran a participar de aquel convite. Según los
fariseos, toda aquella gente eran pecadores reconocidos públicamente como
tales.
Los
fariseos no pueden callar y lo comentan con algunos discípulos de Jesús: «¿Por
qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» (Mt 9,10). La
respuesta de Jesús es inmediata: «No necesitan médico los que están fuertes,
sino los que están mal» (Mt 9,12). La comparación es perfecta: «No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13).
Las
palabras de este Evangelio son de actualidad. Jesús continúa invitándonos a que
le sigamos, cada uno según su estado y profesión. Y seguir a Jesús, con
frecuencia, supone dejar pasiones desordenadas, mal comportamiento familiar,
pérdida de tiempo, para dedicar ratos a la oración, al banquete eucarístico, a
la pastoral misionera. En fin, que «un cristiano no es dueño de sí mismo, sino
que está entregado al servicio de Dios» (San Ignacio de Antioquía).
Ciertamente, Jesús me pide un cambio de vida y,
así, me pregunto: ¿de qué grupo formo parte, de la persona perfecta o de la que
se reconoce sinceramente defectuosa? ¿Verdad que puedo mejorar?
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