Día litúrgico: Jueves XV del
tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a
mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera».
Comentario: P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza,
Argentina).
«Venid
a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso»
Hoy,
ante un mundo que ha decidido darle la espalda a Dios, ante un mundo hostil a
lo cristiano y a los cristianos, escuchar de Jesús (que es quien nos habla en
la liturgia o en la lectura personal de la Palabra), provoca consuelo, alegría
y esperanzas en medio de las luchas cotidianas: «Venid a mí todos los que
estáis fatigados (…), yo os daré descanso» (Mt 11,28-29).
Consuelo,
porque estas palabras contienen la promesa del alivio que proviene del amor de
Dios. Alegría, porque hacen que el corazón manifieste en la vida, la seguridad
en la fe de esa promesa. Esperanzas, porque caminando, en un mundo así de resuelto
contra Dios y nosotros, los que creemos en Cristo sabemos que no todo acaba con
un fin, sino que muchos “fines” fueron “principios” de cosas mucho mejores,
como lo mostró su propia resurrección.
Nuestro
fin, para principio de novedades en el amor de Dios, es estarse siempre con
Cristo. Nuestra meta es ir indefectiblemente al amor de Cristo, “yugo” de una
ley que no se basa en la limitada capacidad de los voluntarismos humanos, sino
en la eterna voluntad salvadora de Dios.
En
ese sentido nos dirá Benedicto XVI
en una de sus Catequesis: «Dios tiene una voluntad con y para nosotros, y ésta
debe convertirse en lo que queremos y somos. La esencia del cielo estriba en
que se cumpla sin reservas la voluntad de Dios, o para ponerlo en otros
términos, donde se cumple la voluntad de Dios hay cielo. Jesús mismo es “cielo”
en el sentido más profundo y verdadero de la palabra, es Él en quien y a través
de quien se cumple totalmente la voluntad de Dios. Nuestra voluntad nos aleja
de la voluntad de Dios y nos vuelve mera “tierra”. Pero Él nos acepta, nos
atrae hacia Sí y, en comunión con Él, aprendemos la voluntad de Dios». Que así
sea, entonces.
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