Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día de la semana va
María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la
piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el
otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Estaba
María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia
el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo
de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué
lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde
le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que
era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella,
pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has
llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María».
Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—.
Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde
mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro
Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y
que había dicho estas palabras.
Comentario: CAROL i Hostench Sant Cugat del Vallès, Barcelona,
España).
«Fue
María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»
Hoy
celebramos con gozo a santa María
Magdalena. ¡Con gozo y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien
podría ser el nuestro. La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy
lejos… En efecto, en el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús,
encontró a Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”.
Aquella mañana, Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella
también era hija de Dios.
En
el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes de
la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios,
requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo
visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es
esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de
salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no
se ve» (Benedicto XVI). María viendo
a Cristo resucitado “ve” también al Padre, al Señor.
Por
otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la Biblia llama conversión
o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto). ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de
ser éste también un paso reiterado en nuestras vidas?
En
la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes para
su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe, porque ni escuchamos, ni
vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de san Juan aparece
claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…)». En aquel
amanecer, María Magdalena arriesga
por su Amor, oye a su Amor (le basta escuchar «María» para re-conocerle) y
conoce al Padre. «En la mañana de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a
Jesús, se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a
la plena confesión: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18)» (Papa Francisco).
No hay comentarios:
Publicar un comentario