sábado, 16 de abril de 2016

“No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro” [Papa Francisco]

“Ser cristianos no nos hace impecables y la soberbia y el orgullo son un muro que impide ver el rostro misericordioso de Dios”, dijo el Papa Francisco, en la catequesis de la Audiencia General del miércoles 13, celebrada en la Plaza de San Pedro, y donde participaron más de 20 mil personas.

El prólogo de la catequesis fue la narración evangélica de la llamada de Mateo que, por ser publicano, es decir recaudador de impuestos en nombre del imperio romano era considerado por los fariseos un pecador público. Jesús, en cambio, lo invita a seguirlo y acepta compartir su mesa; no lo excluye, como tampoco excluye a otros considerados pecadores, demostrando así que también pueden convertirse en discípulos suyos. “Ser cristianos no nos hace impecables -afirmó el Santo Padre- como el publicano Mateo, cada uno de nosotros se confía a la gracia de Dios a pesar de sus pecados. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no se fija en el pasado, en la condición social, o en las convenciones externas, sino que, más bien, les abre un nuevo futuro”.


“No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. Es suficiente responder a la invitación con un corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana es, pues, una escuela de humildad que nos abre a la gracia”, comento el Pontífice.

El Papa agregó que “los que se creen más justos o mejores que los demás no entienden ese comportamiento”. “La soberbia y el orgullo no les dejan reconocerse necesitados de salvación; al contrario, impiden ver el rostro misericordioso de Dios y actuar con misericordia. Son como un muro que obstaculiza la relación con Dios y, sin embargo, la misión de Jesús es esta: venir en busca de cada uno de nosotros para sanar nuestras heridas y llamarnos a seguirlo con amor”, observó el Santo Padre.

El Papa Francisco terminó su discurso, reiterando que todos estamos convidados a la mesa del Señor y a hacer nuestra la invitación de sentarnos junto a él con sus discípulos. “Aprendamos a mirar con misericordia y a reconocer en cada uno de ellos un comensal nuestro. Todos somos discípulos que necesitan experimentar y vivir la palabra consoladora de Jesús. Todos necesitamos nutrirnos de la misericordia de Dios, porque nuestra salvación viene de ese manantial”, concluyó.

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