Día litúrgico: Lunes IV (B y C) de
Pascua
Texto del Evangelio (Jn 10,1-10): En aquel tiempo,
Jesús habló así: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta
en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un
salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre
el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una
y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino
que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les dijo
esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os
digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí
son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la
puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará
pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para
que tengan vida y la tengan en abundancia».
Comentario: Rev. D. Francesc PERARNAU i
Cañellas (Girona, España).
«El que entra por la puerta es pastor de las ovejas (...)
las ovejas escuchan su voz (...) y las ovejas le siguen, porque conocen su voz»
Hoy continuamos considerando una de las imágenes más
bellas y más conocidas de la predicación de Jesús: el buen Pastor, sus ovejas y
el redil. Todos tenemos en el recuerdo las figuras del buen Pastor que desde
pequeños hemos contemplado. Una imagen que era muy querida por los primeros
fieles y que forma parte ya del arte sacro cristiano del tiempo de las
catacumbas. ¡Cuántas cosas nos evoca aquel pastor joven con la oveja herida
sobre sus espaldas! Muchas veces nos hemos visto nosotros mismos representados en
aquel pobre animal.
No hace mucho hemos celebrado la fiesta de la Pascua y,
una vez más, hemos recordado que Jesús no hablaba en un lenguaje figurado
cuando nos decía que el buen pastor da su vida por sus ovejas. Realmente lo
hizo: su vida fue la prenda de nuestro rescate, con su vida compró la nuestra;
gracias a esta entrega, nosotros hemos sido rescatados: «Yo soy la puerta; si
uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Encontramos aquí la manifestación
del gran misterio del amor inefable de Dios que llega hasta estos extremos
inimaginables para salvar a cada criatura humana. Jesús lleva hasta el extremo
su amor, hasta el punto de dar su vida. Resuenan todavía aquellas palabras del
Evangelio de san Juan introduciéndonos en los momentos de la Pasión: «La
víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
De entre las palabras de Jesús quisiera sugerir una profundización
en éstas: «Yo soy el buen pastor, conozco a las mías y las mías me conocen a
mí» (Jn 10,14); más todavía, «las ovejas escuchan su voz (...) y le siguen,
porque conocen su voz» (Jn 10,3-4). Es verdad que Jesús nos conoce, pero,
¿podemos decir nosotros que le conocemos suficientemente bien a Él, que le
amamos y que correspondemos como es debido?
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