Conclusión del santo evangelio según san
Mateo 28, 16-20
En
aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
«Se
me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos
a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Pautas
para la homilía
Se
cierra el círculo con una promesa
Parece
que el final del texto del evangelio de hoy y el de la primera lectura de los
Hechos de los Apóstoles nos sitúan en una escena parecida. Los discípulos están
viviendo los últimos momentos junto al Maestro, ya resucitado y recibiendo sus
últimas promesas y enseñanzas.
Según
Mateo, han regresado a su Galilea natal y allí, donde el Resucitado, por medio
de las mujeres, les mandó que regresaran, se vuelven a topar con él. Jesús se
reencuentra con los suyos en lo cotidiano, en un lugar cercano a aquel donde lo
encontraron por primera vez, donde “primerearon”, como diría Francisco, donde
escucharon por primera vez su voz y su llamada. Jesús ha querido que regresen a
ese contexto para volver a verlos y hacerse presente en sus vidas aparentemente
normales: aunque ya no son normales, no pueden serlo porque Él ha pasado por
ellas y las ha transformado. Algo así nos sucede a nosotros ahora. Nuestras
vidas ya no pueden ser como eran, después de haber vivido estas situaciones tan
extrañas y, sin embargo, esta Pascua hemos sido invitados a seguir reconociendo
al Resucitado y sus signos en nuestra “cotidianeidad extraña”, casi convulsa; a
descubrirlo en los pequeños gestos de vida que han ocurrido a nuestro alrededor
en estos días confinados, a seguir encontrándolo donde él quiere estar, entre
la gente sencilla, en la vida “normal”, entre quienes trabajan y se entregan
para que salgamos adelante y entre quienes más están sufriendo los embates de
esta nueva crisis que, como todas, daña más a quien es más débil.
En el
texto de Hechos se nos dice que cuando Jesús se aparece vuelven a estar
comiendo. De nuevo en el banquete, en la comida fraterna se manifiesta, como
tantas veces hizo durante su vida. Nos llama la atención que los discípulos
parece que no se han enterado de nada, pero, en el fondo actúan como nosotros
mismos, queriendo comprender, deseando que las cosas vuelvan a ser como las
habían imaginado: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».
Y Cristo, que ya es otro tras su resurrección se preguntará si era posible que
después de todo ese tiempo no se hubieran enterado de nada…
Y,
aun así, les promete: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir
sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y
“hasta el confín de la tierra”».
En
ese reencuentro, según nos lo cuenta Mateo, que suena a despedida, Cristo les
deja un mensaje que es doble. Les hace, y por tanto, nos hace, una invitación,
a contar lo que han/hemos visto y oído y a vivir lo que les/nos ha enseñado y
les/nos entrega una promesa: no les/nos abandona. Ese es su legado, porque al
fin y al cabo, este mensaje, el último del evangelio, es en resumen el
testamento de Jesús: ser sus testigos, vivir como le hemos visto hacer a Él y,
siempre, sintiéndolo a nuestro lado, que es donde promete quedarse.
El anuncio del que está por venir
Pablo
pide para los de Éfeso un don: «El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre
de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para
conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que
comprendáis…». Espíritu de sabiduría y revelación, iluminación, para
comprender. En el fondo, una suerte de concentración, de estar donde estamos
para saber y poder hallarlo en nuestro alrededor. Una vuelta, otra vez, a la
cotidianeidad para poder descubrir allí: «cuál es la esperanza a la
que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los
santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de
nosotros, los creyentes». Será el Espíritu, ese a quien celebraremos la semana
que viene, pero que está entre nosotros desde el inicio, quien nos enseñe y nos
muestre la Vida en su plenitud.
La
Pascua llega a su fin y la promesa del Espíritu se va haciendo más visible y
más necesaria. La presencia de Jesús hasta el final de los tiempos, una vez lo
vemos alejarse entre las nubes, es en la forma en la que el Espíritu hace las
cosas: sin atosigamientos, sin manifestaciones escandalosas, sin imposiciones.
Como una brisa suave, que intuyó Elías. La forma de comprender su presencia en
nuestras vidas sigue siendo mirando y escudriñando bien a nuestro alrededor
para ver dónde despunta, dónde se deja ver sin grandes aspavientos. Y es, como
deja claro Pablo un don, así que, pidámoslo sin descanso.
¿No
es suficiente para celebrar, cada día, una gran fiesta?
Doña
Olivia Pérez Reyes
Comunidad El Levantazo - Valencia
Comunidad El Levantazo - Valencia
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