Miercoles 10 Abr 2019 | 07:55 am
Ciudad del Vaticano (AICA): “El cristiano que reza pide a Dios ante todo que le perdone sus
ofensas, es decir sus pecados, el mal que hace. Esta es la primera verdad de
cada oración: aunque fuéramos personas perfectas, aunque fuéramos santos
cristalinos que no se desvían nunca de una vida de bien, somos
siempre hijos
que le deben todo al Padre”, dijo el papa Francisco esta mañana durante la
audiencia general de este miércoles 10 de abril, celebrada en la Plaza de San
Pedro, bajo una intensa lluvia. El pontífice retomó su catequesis sobre la
oración del Padrenuestro.
“Después de pedir a Dios el pan de
cada día, -comenzó explicando Francisco- la oración del Padrenuestro entra en
el campo de nuestras relaciones con los demás. Jesús nos enseña a pedirle al
Padre: Perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Lo
mismo que necesitamos el pan, así necesitamos el perdón. Y esto cada día.
Y agregó el Papa: “Por eso la
soberbia es la actitud más negativa de la vida cristiana. Es la actitud de
quien se coloca ante Dios pensando que siempre tiene las cuentas en orden con
Él: el soberbio cree que hace todo bien. Como ese fariseo de la parábola, que
en el templo cree que está rezando pero que, en realidad, se elogia ante Dios:
“Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás”. Es la gente que se
siente perfecta, la gente que critica a los demás, es gente soberbia. Ninguno
de nosotros es perfecto, ninguno. Por el contrario, el publicano, que estaba
detrás, en el templo, un pecador despreciado por todos, se detiene en el umbral
del templo y no se siente digno de entrar y se confía a la misericordia de
Dios. Y Jesús comenta: ‘Este, a diferencia del otro, regresó a su casa
justificado’, o sea, perdonado, salvado. Porque no era soberbio, porque
reconocía sus limitaciones y sus pecados, subrayó Francisco.
En este sentido señaló el Santo Padre
que “hay pecados que se ven y pecados que no se ven. Hay pecados flagrantes que
hacen ruido, pero también hay pecados tortuosos, que se anidan en el corazón
sin que nos demos cuenta. El peor es la soberbia que también puede contagiar a
las personas que viven una vida religiosa intensa. El pecado divide la
fraternidad, el pecado nos hace suponer que somos mejores que los demás, el
pecado nos hace creer que somos similares a Dios.
Y, en cambio, dijo el Papa, ante
Dios, todos somos pecadores, y tenemos razones para darnos golpes de pecho -
¡todos! - y como escribe san Juan, en su Primera Carta: ‘Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros’. Si quieres
engañarte, di que no tienes pecados: así te engañas.
Seguidamente el Papa explicó que
“estamos en deuda sobre todo porque en esta vida hemos recibido tanto: la
existencia, un padre y una madre, la amistad, las maravillas de la creación.
Aunque pasemos por días difíciles, debemos recordar siempre que la vida es una
gracia, es el milagro que Dios extrajo de la nada”.
En segundo lugar, somos deudores
porque, aunque consigamos amar, ninguno de nosotros puede hacerlo solamente con
sus propias fuerzas. El amor verdadero es cuando podemos amar, pero con la
gracia de Dios. Ninguno de nosotros brilla con luz propia. Es lo que los
antiguos teólogos llamaban “el misterio de la luna”. Que es como la luna, que
no tiene luz propia: refleja la luz del sol. Tampoco nosotros tenemos luz
propia: nuestra luz es un reflejo de la gracia de Dios, de la luz de Dios. Si
amas es porque alguien, que no eras tú, te sonrió cuando eras un niño,
enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguien a tu lado te
despertó al amor, haciendo que entendieras que en él reside el sentido de la
existencia.
Concluyendo la catequesis el Santo
Padre invitó a escuchar “la historia de alguien que ha cometido un error”, como
la de un preso, un condenado o un drogadicto. “Sin perjuicio de la
responsabilidad, que es siempre personal –dijo– te preguntas a veces quién debe
ser culpado de sus errores, si sólo su conciencia, o la historia de odio y
abandono que alguien lleva consigo. Ese es pues, “el misterio de la luna”: amamos
ante todo porque hemos sido amados, perdonamos porque hemos sido perdonados. Y
si alguien no ha sido iluminado por la luz del sol, se vuelve tan frío como el
terreno en invierno.
¿Cómo podemos dejar de reconocer, en la cadena de amor que nos precede también la presencia providente del amor de Dios? Ninguno de nosotros ama tanto a Dios como Él nos amó. Basta ponerse ante un crucifijo para comprender la desproporción: Él nos ha amado y nos ama siempre a nosotros primero”, aseveró el Papa.
¿Cómo podemos dejar de reconocer, en la cadena de amor que nos precede también la presencia providente del amor de Dios? Ninguno de nosotros ama tanto a Dios como Él nos amó. Basta ponerse ante un crucifijo para comprender la desproporción: Él nos ha amado y nos ama siempre a nosotros primero”, aseveró el Papa.
Y concluyó rezado: Señor, incluso el
más santo de nosotros no deja de ser deudor tuyo. Oh Padre, ¡ten piedad de
todos nosotros!
Al final de la catequesis el Papa
saludó, entre otros, a los peregrinos de lengua española provenientes de España
y de América Latina. “Acercándonos cada vez más a las fiestas de Pascua, los
animo a no dejar de mirar a Cristo en la cruz, para que su amor purifique todas
nuestras vidas y nos libre del orgullo de pensar que somos autosuficientes. Que
la gracia de la resurrección de Cristo transforme totalmente nuestra vida. ¡Qué
Dios los bendiga!.+
No hay comentarios:
Publicar un comentario