Lectura
del santo evangelio según san Juan 10,31-42
En aquel
tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: -
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de
ellas me apedreáis?» Los judíos le contestaron: - «No te apedreamos por una
obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces
Dios.» Jesús les replicó: - «¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo:
Sois dioses"? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la
palabra de Dios (y no puede fallar la
Escritura), a quien el Padre consagró y
envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios?
Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me
creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está
en mí, y yo en el Padre.» Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló
de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes
había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: - «Juan
no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.» Y muchos
creyeron en él allí.
Reflexión
del Evangelio de hoy
Yahvé
está conmigo como fuerte guerrero
La misión
del profeta Jeremías ante el Pueblo de Judá se está complicando. Los reyes de
Judá, desde Josías a Sedequias, han abandonado el culto al Señor Yahvé y están
dejando al Pueblo desvalido, sin gobierno. Se avecinan tiempos de destrucción,
muerte y deportación. Este anuncio de calamidades que el Señor pone en boca de
Jeremías para conversión del Pueblo, es motivo de persecución, escarnio y
prisión para el profeta: “Terror por doquier”. Una profecía que provoca el
enfado y castigo de los sacerdotes y termina por consumir las fuerzas de
Jeremías, hasta desear no haber nacido para no tener que convertirse en agorero
de su Pueblo. Está agotado, dispuesto a renunciar al anuncio de la Palabra.
Pero la confianza en el Señor puede sobre esa desolación del profeta. “A Ti he
encomendado yo mi causa”, dice el profeta, y retoma los cantos y alabanzas a
Dios, porque Yahvé no abandona el alma del pobre.
Ser
testigos del mensaje divino no es fácil. Cuando todo en nuestra vida es cómodo
y facilón, debemos revisar nuestro nivel de compromiso y nuestra implicación
con la Palabra de Dios. Siempre surgen situaciones que nos exigirán ser
valientes y tendremos que afrontarlas como testigos decididos de la voluntad
del Padre, como en el ejemplo de Jesús que se nos narra en el evangelio de hoy.
Somos enviados a anunciar la Buena nueva de Dios en este mundo.
¿Por cuál
de mis obras me apedreáis?... Creed a las obras, para que sepáis que el Padre
está en mí y yo en el Padre
También
Jesús es perseguido por su testimonio del Padre. Está cerca el cumplimiento de
su misión, el prendimiento y muerte; y sus palabras se hacen más valientes y
decididas. Su testimonio y revelación del Padre son más explícitos. Necesita
fortalecer la fe de los apóstoles y discípulos. Pero sus palabras: “El Padre y
yo somos una sola cosa”, hacen saltar la rabia de los rabinos y sacerdotes del
pueblo. Hasta el punto de ser apedreado. El odio de los fariseos busca
destruirle. No pueden soportar que alguien asuma la filiación y el arraigo
religioso al margen del culto y del templo. Resulta blasfemo aceptar que el
amor de Dios es infinitamente mayor que las restricciones de la Ley, que el
amor es el mayor cumplimiento de la ley. Dios no abandona al pobre, al enfermo
o desvalido, y quiere que el pecador retorne al camino de Dios. Y Jesús anuncia
este mensaje de misericordia. Él es el enviado del Padre. Ha venido para
santificar el mundo, para cumplir los designios del Padre que quiere acercarse
nuevamente al hombre para hacernos hijos suyos en su Hijo.
Jesús,
como el profeta Jeremías, nos enseña esa dimensión generosa y testimonial que
ha de tener nuestra fe. No ponemos nuestra lámpara bajo el celemín, como dice
el evangelio, sino que afrontamos con alegría y valor el anuncio de la gran
noticia del amor del Padre a todos los hombres. Construir un mundo más humano
en sintonía con Dios es nuestra vocación cristiana. Una vocación manifiesta,
abierta, clara, valiente que afronte las dificultades y contrariedades que la
vida nos pueda plantear. Una vocación que cuenta con la energía y el
acompañamiento de Dios y su gracia.
¿Somos
pregoneros del mensaje de misericordia de Dios, viviendo el amor y el servicio
con quien nos necesita, o nos asustamos y retraemos sin testimoniar nuestra fe
que es compromiso con los más pequeños, hijos de Dios?
D. Oscar Salazar, O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/12-4-2019/
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