Texto
del Evangelio (Jn 16,29-33): En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús:
«Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo
sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has
salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora
(y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me
dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho
estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero
¡ánimo!: yo he vencido al mundo».
Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de
Voltregà, Barcelona, España).
«¡Ánimo!:
yo he vencido al mundo»
Hoy
podemos tener la sensación de que el mundo de la fe en Cristo se debilita. Hay
muchas noticias que van en contra de la fortaleza que querríamos recibir de la
vida fundamentada íntegramente en el Evangelio. Los valores del consumismo, del
capitalismo, de la sensualidad y del materialismo están en boga y en contra de
todo lo que suponga ponerse en sintonía con las exigencias evangélicas. No
obstante, este conjunto de valores y de maneras de entender la vida no dan ni
la plenitud personal ni la paz, sino que sólo traen más malestar e inquietud
interior. ¿No será por esto que, hoy, las personas van por la calle
enfurruñadas, cerradas y preocupadas por un futuro que no ven nada claro,
precisamente porque se lo han hipotecado al precio de un coche, de un piso o de
unas vacaciones que, de hecho, no se pueden permitir?
Las
palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»
(Jn 16,33), es decir, por su Pasión, Muerte y Resurrección ha alcanzado la vida
eterna, aquella que no tiene obstáculos, aquella que no tiene límite porque ha
vencido todos los límites y ha superado todas las dificultades.
Los
de Cristo vencemos las dificultades tal y como Él las ha vencido, a pesar de
que en nuestra vida también hayamos de pasar por sucesivas muertes y
resurrecciones, nunca deseadas pero sí asumidas por el mismo Misterio Pascual
de Cristo. ¿Acaso no son “muertes” la pérdida de un amigo, la separación de la
persona amada, el fracaso de un proyecto o las limitaciones que experimentamos
a causa de nuestra fragilidad humana?
Pero
«sobre todas estas cosas triunfamos por Aquel que nos amó» (Rom 8,37). Seamos
testigos del amor de Dios, porque Él en nosotros «ha hecho (...) cosas grandes»
(Lc 1,49) y nos ha dado su ayuda para superar toda dificultad, incluso la
muerte, porque Cristo nos comunica su Espíritu Santo.
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