Texto del Evangelio (Mt 9,14-15): En aquel tiempo, se
le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Pueden acaso los
invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán».
Comentario: Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañar (Barcelona,
España).
«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces
ayunarán»
Hoy, primer viernes de Cuaresma, habiendo vivido el ayuno
y la abstinencia del Miércoles de Ceniza, hemos procurado ofrecer el ayuno y el
rezo del Santo Rosario por la paz, que tanto urge en nuestro mundo. Nosotros
estamos dispuestos a tener cuidado de este ejercicio cuaresmal que la Iglesia,
Madre y Maestra, nos pide que observemos, y a recordar que el mismo Señor dijo:
«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt
9,15). Tenemos el deseo de vivirlo no sólo como el cumplimiento de un precepto
al que estamos obligados, sino —sobre todo— procurando llegar a encontrar el
espíritu que nos conduce a vivir esta práctica cuaresmal y que nos ayudará en
nuestro progreso espiritual.
Buscando este sentido profundo, nos podemos preguntar: ¿cuál
es el verdadero ayuno? Ya el profeta Isaías, en la primera lectura de hoy,
comenta cuál es el ayuno que Dios aprecia: «Parte con el hambriento tu pan, y a
los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo, cúbrelo;
no los rehuyas, que son hermanos tuyos. Entonces tu luz saldrá como la mañana,
y tu salud más pronto nacerá, y tu justicia irá delante de tu cara, y te
acompañará el Señor» (Is 58,7-8). A Dios le gusta y espera de nosotros todo
aquello que nos lleva al amor auténtico con nuestros hermanos.
Cada año, San Juan Pablo II nos escribía un mensaje de Cuaresma. En uno de estos mensajes,
bajo el lema «Hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35), sus palabras nos
ayudaron a descubrir esta misma dimensión caritativa del ayuno, que nos dispone
—desde lo profundo de nuestro corazón— a prepararnos para la Pascua con un
esfuerzo para identificarnos, cada vez más, con el amor de Cristo que le ha
llevado hasta dar la vida en la Cruz. En definitiva, «lo que todo cristiano ha
de hacer en cualquier tiempo, ahora hay que hacerlo con más solicitud y con más
devoción» (San León Magno, papa).
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