Día
litúrgico: Jueves IV de Cuaresma
Texto
del Evangelio (Jn 5,31-47): En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo
diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da
testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros
mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo
busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era
la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su
luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el
Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio
de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que
ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto
nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él
ha enviado.
»Vosotros
investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son
las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida.
La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en
vosotros el amor de Dios.
»Yo
he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio
nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria
unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que
os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién
habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a
mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a
creer en mis palabras?».
Comentario: Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España).
«Si
yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido»
Hoy,
el Evangelio nos enseña cómo Jesús hace frente a la siguiente objeción: según
se lee en Dt 19,15, para que un testimonio tenga valor es necesario que proceda
de dos o tres testigos. Jesús alega a favor suyo el testimonio de Juan el Bautista, el testimonio del
Padre —que se manifiesta en los milagros obrados por Él— y, finalmente, el
testimonio de las Escrituras.
Jesucristo echa en cara a los que le escuchan tres impedimentos
que tienen para reconocerle como al Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a
Dios; la ausencia de rectitud de intención —buscan sólo la gloria humana— y que
interpretan las Escrituras interesadamente.
El
Santo Padre San Juan Pablo II nos
escribía: «A la contemplación del rostro de Cristo tan sólo se llega escuchando
en el Espíritu la voz del Padre, ya que nadie conoce al Hijo fuera del Padre
(cf. Mt 11,27). Así, pues, se necesita la revelación del Altísimo. Pero, para
acogerla, es indispensable ponerse en actitud de escuchar».
Por
esto, hay que tener en cuenta que, para confesar a Jesucristo como verdadero
Hijo de Dios, no es suficiente con las pruebas externas que se nos proponen; es
muy importante la rectitud en la voluntad, es decir, las buenas disposiciones.
En
este tiempo de Cuaresma, intensificando las obras de penitencia que facilitan
la renovación interior, mejoraremos nuestras disposiciones para contemplar el
verdadero rostro de Cristo. Por esto, san Josemaría nos dice: «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo
caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios...—Purifícate.
Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán
las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será
realmente la suya: ¡Él!».
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