Estamos en la fiesta de Pascua. Nuestra fe confiesa que
Jesucristo «Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al
tercer día resucitó de entre los muertos». Y por eso proclamamos con júbilo: «Surrexit
Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya». (cf. EE)
El Catecismo nos hace recordar la finalidad del sacrificio
del Hijo de Dios, cuando precisa: “La muerte violenta de Jesús no fue fruto del
azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio
del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en
su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado
designio y previo conocimiento de Dios" (Cf. CIC 599).
El designio y voluntad de Dios es que todos los hombres se
salven, por eso: “Este designio divino de salvación a través de la muerte del
"Siervo, el Justo" (Is 53) había sido anunciado antes en la Escritura
como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los
hombres de la esclavitud del pecado (cf. Jn 8, 34-36). Jesús mismo presentó el
sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28).
Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos
de Emaús y luego a los propios apóstoles” (cf. Lc 24, 44-45).
En la Pascua cantamos el triunfo de Cristo Resucitado.
“Anunciamos la muerte de Jesús y proclamamos su resurrección”. Dios, como Padre
misericordioso viene a nosotros en su Hijo, porque nos ama, para invitarnos a
la conversión y para salvarnos. Solo Cristo Resucitado, nos da la verdadera
libertad.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
R.P. Guillermo Inca Pereda
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