Día litúrgico: Miércoles III de Adviento
Santoral 14 de Diciembre: San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
Texto del Evangelio
(Lc 7,19-23): En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a decir al
Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Llegando donde
Él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte:
‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’».
En aquel momento
curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio
vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto
y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y
dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Comentario: Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona,
España).
«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...»
«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...»
Hoy,
cuando vemos que en nuestra vida no sabemos qué hemos de esperar, cuando a
veces perdemos la ilusión porque no nos atrevemos a mirar más allá de nuestras
deficiencias, cuando estamos alegres por ser fieles a Jesucristo y, a la vez,
inquietos o lánguidos por no saborear los frutos de nuestra misión apostólica,
el Señor quiere que nos preguntemos como Juan Bautista: «¿Debemos esperar a
otro?» (Lc 7,20).
Está claro, el
Señor es “listo”, y quiere aprovechar esta incertidumbre —por cierto, de lo más
normal— para que hagamos examen de toda nuestra vida, veamos nuestras
deficiencias, nuestros esfuerzos, nuestras enfermedades... y, así, nos
reafirmemos en nuestra fe y multipliquemos “infinitamente” nuestra esperanza.
El Señor no tiene
límites a la hora de cumplir su misión: «Los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios...» (Lc 7,22). ¿Dónde tengo puesta mi esperanza? ¿Dónde
tengo situada mi alegría? Porque la esperanza está íntimamente relacionada con
la alegría interior. El cristiano, como es natural, ha de vivir como una
persona normal de la calle, pero siempre con los ojos puestos en Cristo, que no
falla nunca. Un cristiano no puede vivir su vida al margen de la de Cristo y de
su Evangelio. Centremos nuestra mirada en Él, que todo lo puede, absolutamente
todo, y no pongamos límites a nuestra esperanza. «En Él encontrarás mucho más
de lo que puedes desear o pedir» (San Juan de la Cruz).
La liturgia no es
un “juego sagrado”, y la Iglesia nos da este tiempo de Adviento porque quiere
que cada creyente reanime en Cristo la virtud de la esperanza en su vida.
Frecuentemente, la perdemos porque confiamos demasiado en nuestras fuerzas y no
queremos reconocernos “enfermos”, necesitados de la mano sanadora del Señor.
Pero así ha de ser, y como Él nos conoce y sabe que todos estamos hechos de la
misma “pasta”, nos ofrece su mano salvadora. —Gracias, Señor, por sacarme del
barro y llenarme de esperanza el corazón.
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