Texto del Evangelio (Lc 7,24-30): Cuando los mensajeros de Juan se
alejaron, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en
el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un
hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con
molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí,
os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que
envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. Os
digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el
más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él».
Todo
el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de
Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los
legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre
ellos.
Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España).
«¿Qué
salisteis a ver en el desierto?»
Hoy,
por tres veces, Jesucristo nos pregunta: «¿Qué salisteis a ver en el
desierto?»; «¿Qué salisteis a ver, si no?»; «Entonces, ¿qué salisteis a ver?»
(Lc 7,24.25.26).
Hoy
parece como si Jesús quisiera deshacer de nosotros el afán por la curiosidad
estéril, la suficiencia de los fariseos y maestros de la Ley que menospreciaban
el plan de Dios sobre ellos, rechazando la llamada de Juan (cf. Lc 7,30).
“Saber de Dios” solamente no salva; hay que conocerlo, amarlo y seguirlo; es
necesaria una respuesta desde dentro, sincera, humilde, agradecida.
«Reconocieron
la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan» (Lc 7,29):
viene ahora la salvación. Como predicaba san Juan Crisóstomo, ahora viene no el
tiempo de ser examinados, sino el tiempo del perdón. Hoy y ahora es el momento,
Dios está cerca, cada vez más cerca de nosotros, porque es bueno, porque es
justo y nos conoce a fondo, y por eso lleno de amor que perdona; porque espera
cada tarde nuestro retorno de hijos hacia el hogar, para abrazarnos.
Y
nos regala su perdón y su presencia; rompe toda distancia con nosotros; llama a
nuestra puerta. Humilde, paciente, ahora llama a tu corazón: en tu desierto, en
tu soledad, en tu fracaso, en tu incapacidad, quiere que veas su amor.
Hemos
de salir de nuestras comodidades y lujos para enfrentarnos con la realidad tal
como es: distraídos por el consumo y el egoísmo, hemos olvidado qué espera Dios
de nosotros. Desea nuestro amor, nos quiere para Él. Nos quiere verdaderamente
pobres y sencillos, para podernos dar noticia de lo que, a pesar de todo,
todavía esperamos: —Estoy contigo, no tengas miedo, confía en mí.
Entrando en nuestro interior, digamos ahora con voz reposada: —Señor, tú que conoces cómo soy y me aceptas, ábreme el corazón en tu presencia; quiero aceptar tu amor, quiero acogerte ahora que vienes, en el silencio y en la paz.
Entrando en nuestro interior, digamos ahora con voz reposada: —Señor, tú que conoces cómo soy y me aceptas, ábreme el corazón en tu presencia; quiero aceptar tu amor, quiero acogerte ahora que vienes, en el silencio y en la paz.
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