Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará
en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será
como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella
casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga
estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato
que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes,
soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su
ruina».
Comentario: Abbé Jean-Charles TISSOT (Freiburg,
Suiza).
«No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el
Reino de los cielos»
Hoy, el Señor pronuncia estas palabras al final de su
"sermón de la montaña" en el cual da un sentido nuevo y más profundo
a los Mandamientos del Antiguo Testamento, las "palabras" de Dios a
los hombres. Se expresa como Hijo de Dios, y como tal nos pide recibir lo que
yo os digo, como palabras de suma importancia: palabras de vida eterna que
deben ser puestas en práctica, y no sólo para ser escuchadas —con riesgo de
olvidarlas o de contentarse con admirarlas o admirar a su autor— pero sin
implicación personal.
«Edificar en la arena una casa» (cf. Mt 7,26) es una
imagen para describir un comportamiento insensato, que no lleva a ningún
resultado y acaba en el fracaso de una vida, después de un esfuerzo largo y
penoso para construir algo. "Bene curris, sed extra viam", decía san Agustín: corres bien, pero fuera del trayecto homologado, podemos traducir.
¡Qué pena llegar sólo hasta ahí: el momento de la prueba, de las tempestades y
de las crecidas que necesariamente contiene nuestra vida!
El Señor quiere enseñarnos a poner un fundamento sólido,
cuyo cimiento proviene del esfuerzo por poner en práctica sus enseñanzas,
viviéndolas cada día en medio de los pequeños problemas que Él tratará de
dirigir. Nuestras resoluciones diarias de vivir la enseñanza del Cristo deben
así acabar en resultados concretos, a falta de ser definitivos, pero de los
cuales podamos obtener alegría y agradecimiento en el momento del examen de
nuestra conciencia, por la noche. La alegría de haber obtenido una pequeña
victoria sobre nosotros mismos es un entrenamiento para otras batallas, y la
fuerza no nos faltará —con la gracia de Dios— para perseverar hasta el fin.
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