Día litúrgico: Domingo III (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 11,2-11): En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel
había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle:
«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a
los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Cuando
éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis
a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si
no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están
en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta?
Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que
yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En
verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan
el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que
él».
Comentario: Dr. Johannes VILAR (Köln, Alemania).
«No
ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista»
Hoy,
como el domingo anterior, la Iglesia nos presenta la figura de Juan el
Bautista. Él tenía muchos discípulos y una doctrina clara y diferenciada: para
los publicanos, para los soldados, para los fariseos y saduceos... Su empeño es
preparar la vida pública del Mesías. Primero envió a Juan y Andrés, hoy envía a
otros a que le conozcan. Van con una pregunta: «Eres tú el que ha de venir, o
debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Bien sabía Juan quién era Jesús. Él mismo
lo testimonia: «Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me
dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése
es el que bautiza en el Espíritu Santo’» (Jn 1,33). Jesús contesta con hechos:
los ciegos ven y los cojos andan...
Juan
era de carácter firme en su modo de vivir y en mantenerse en la Verdad, lo cual
le costó su encarcelamiento y martirio. Aún en la cárcel habla eficazmente con
Herodes. Juan nos enseña a compaginar la firmeza de carácter con la humildad:
«No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); «Es preciso que Él crezca
y que yo disminuya» (Jn 3,30); se alegra de que Jesucristo bautice más que él,
pues se considera sólo “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26).
En
una palabra: Juan nos enseña a tomar en serio nuestra misión en la tierra: ser
cristianos coherentes, que se saben y actúan como hijos de Dios. Debemos
preguntarnos: —¿Cómo se prepararían María y José para el nacimiento de
Jesucristo? ¿Cómo preparó Juan las enseñanzas de Jesús? ¿Cómo nos preparamos
nosotros para conmemorarlo y para la segunda venida del Señor al final de los
tiempos? Pues, como decía san Cirilo de Jerusalén: «Nosotros anunciamos la
venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más
gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero
la segunda traerá la diadema de la divina gloria».
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