2016-06-13
Señoras y Señores:
Agradezco a la Directora Ejecutiva, Señora Ertharin
Cousin, la invitación que me cursó para que inaugurara la Sesión Anual 2016 de
la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, así como las palabras de
bienvenida que me ha dirigido. Asimismo mi saludo para la Embajadora Stephanie
Hochstetter Skinner-Klée, Presidenta de esta importante asamblea, que congrega
a los Representantes de diversos gobiernos llamados a emprender iniciativas
concretas para la lucha contra el hambre. Y al saludar a todos ustedes aquí
reunidos, agradezco tantos esfuerzos y compromisos con una causa que no puede
no interpelarnos: la lucha contra el hambre que padecen muchos de nuestros
hermanos.
Hace unos momentos he rezado ante el "Muro de la
memoria”, testigo del sacrificio que realizaron los miembros de este Organismo,
entregando su vida para que, incluso en medio de complejas vicisitudes, los
hambrientos no carecieran de pan. Memoria que hemos de conservar para seguir
luchando, con el mismo vigor, por el tan ansiado objetivo de "hambre
cero”. Esos nombres grabados a la entrada de esta Casa son un signo elocuente
de que el PAM, lejos de ser una estructura anónima y formal, constituye un
valioso instrumento de la comunidad internacional para emprender actividades
cada vez más vigorosas y eficaces. La credibilidad de una Institución no se
fundamenta en sus declaraciones, sino en las acciones realizadas por sus
miembros.
Por vivir en un mundo interconectado e hípercomunicado,
las distancias geográficas parecen achicarse. Tenemos la posibilidad de tomar
contacto casi en simultáneo con lo que está aconteciendo en la otra parte del
planeta. Por medio de las tecnologías de la comunicación, nos acercamos a
tantas situaciones dolorosas que pueden ayudar (y han ayudado) a movilizar
gestos de compasión y solidaridad. Aunque, paradójicamente hablando, esta
aparente cercanía creada por la información, cada día parece agrietarse más. La
excesiva información con la que contamos va generando paulatinamente la
"naturalización” de la miseria. Es decir, poco a poco, nos volvemos
inmunes a las tragedias ajenas y las evaluamos como algo "natural”. Son
tantas las imágenes que nos invaden que vemos el dolor, pero no lo tocamos;
sentimos el llanto, pero no lo consolamos; vemos la sed pero no la saciamos. De
esta manera, muchas vidas se vuelven parte de una noticia que en poco tiempo
será cambiada por otra. Y mientras cambian las noticias, el dolor, el hambre y
la sed no cambian, permanecen. Tal tendencia –o tentación– nos exige un paso
más y, a su vez, revela el papel fundamental que Instituciones como la vuestra
tiene para el escenario global. Hoy no podemos darnos por satisfechos con sólo
conocer la situación de muchos hermanos nuestros. No basta elaborar largas
reflexiones o sumergirnos en interminables discusiones sobre las mismas,
repitiendo incesantemente tópicos ya por todos conocidos. Es necesario
"desnaturalizar” la miseria y dejar de asumirla como un dato más de la
realidad. ¿Por qué? Porque la miseria tiene rostro. Tiene rostro de niño, tiene
rostro de familia, tiene rostro de jóvenes y ancianos. Tiene rostro en la falta
de posibilidades y de trabajo de muchas personas, tiene rostro de migraciones
forzadas, casas vacías o destruidas. No podemos "naturalizar” el hambre de
tantos; no nos está permitido decir que su situación es fruto de un destino
ciego frente al que nada podemos hacer. Cuando la miseria deja de tener rostro,
podemos caer en la tentación de empezar a hablar y discutir sobre "el
hambre”, "la alimentación”, "la violencia” dejando de lado al sujeto
concreto, real, que hoy sigue golpeando a nuestras puertas. Cuando faltan los
rostros y las historias, las vidas comienzan a convertirse en cifras, y así
paulatinamente corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno. Las
burocracias mueven expedientes; la compasión, en cambio, se juega por las
personas. Y creo que en esto tenemos mucho trabajo por realizar. Conjuntamente
con todas las acciones que ya se realizan, es necesario trabajar para
"desnaturalizar” y desburocratizar la miseria y el hambre de nuestros
hermanos. Esto nos exige una intervención a distintas escalas y niveles donde
sea colocado como objetivo de nuestros esfuerzos la persona concreta que sufre
y tiene hambre, pero que también encierra un inmenso caudal de energías y
potencialidades que debemos ayudar a concretar.
1.
"Desnaturalizar” la miseria
Cuando estuve en la FAO, con motivo de la II Conferencia
Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes
que estábamos invitados a asumir era el hecho de que existiendo comida para
todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el
consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros
ojos» (Discurso a la Plenaria de la Conferencia [20 noviembre 2014], 3).
Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural,
no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas
sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a
una "mercantilización” de los alimentos. La tierra, maltratada y
explotada, en muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue
brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos
desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos
convertido en privilegio de unos pocos. Hemos hecho de los frutos de la tierra
–don para la humanidad– commodities de algunos, generando, de esta manera,
exclusión. El consumismo –en el que nuestras sociedades se ven insertas– nos ha
inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de
alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más
allá de los meros parámetros económicos. Pero nos hará bien recordar que el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien
tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la
pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que,
afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de
compartición con los más necesitados (cf. Catequesis [5 junio 2013]: L’O.R.,
ed. sem. en lengua española, 7 junio 2013, p. 12).
2. Desburocratizar
el hambre
Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están
burocratizados. Hay acciones que están "encajonadas”. La inestabilidad
mundial que vivimos es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas
de conflictos es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante
la diversa gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado
una preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente otras
maneras de solucionar las cuestiones en pugna. Esta preferencia está ya de tal
modo radicada y asumida que impide la distribución de alimentos en las zonas de
guerra, llegando incluso a la violación de los principios y directrices más
básicos del derecho internacional, cuya vigencia se retrotrae a muchos siglos
atrás. Nos encontramos así ante un extraño y paradójico fenómeno: mientras las
ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculizados por intrincadas e
incomprensibles decisiones políticas, por sesgadas visiones ideológicas o por
infranqueables barreras aduaneras, las armas no; no importa la proveniencia,
circulan con una libertad jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del
mundo. Y de este modo, son las guerras las que se nutren y no las personas. En
algunos casos la misma hambre se utiliza como arma de guerra. Y las víctimas se
multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agotamiento se
añade al de los combatientes que mueren en el campo de batalla y al de tantos
civiles caídos en la contienda y en los atentados. Somos plenamente conscientes
de ello, pero dejamos que nuestra conciencia se anestesie y así la volvemos
insensible. De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar
y el poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no
sólo sufren los conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo
de ayuda. Por esto urge desburocratizar todo aquello que impide que los planes
de ayuda humanitaria cumplan sus objetivos. En eso ustedes tienen un papel
fundamental, ya que necesitamos verdaderos héroes capaces de abrir caminos,
tender puentes, agilizar trámites que pongan el acento en el rostro del que
sufre. A esta meta han de ir orientadas igualmente las iniciativas de la
comunidad internacional.
No es cuestión de armonizar intereses que siguen
encadenados a visiones nacionales centrípetas o a egoísmos inconfesables. Más
bien se trata de que los Estados miembros incrementen decisivamente su real
voluntad de cooperar con estos fines. Por esta razón, qué importante sería que
la voluntad política de todos los países miembros consienta e incremente
decisivamente su real voluntad de cooperar con el Programa Mundial de Alimentos
para que este, no solamente pueda responder a las urgencias, sino que pueda realizar
proyectos sólidamente consistentes y promover programas de desarrollo a largo
plazo, según las peticiones de cada uno de los gobiernos y de acuerdo a las
necesidades de los pueblos.
El Programa Mundial de Alimentos con su trayectoria y
actividad demuestra que es posible coordinar conocimientos científicos,
decisiones técnicas y acciones prácticas con esfuerzos destinados a recabar
recursos y distribuirlos ecuánimemente, es decir, respetando las exigencias de
quien los recibe y la voluntad del donante. Este método, en las áreas más
deprimidas y pobres, puede y debe garantizar el adecuado desarrollo de las
capacidades locales y eliminar paulatinamente la dependencia exterior, a la vez
que consiente reducir la pérdida de alimentos, de modo que nada se desperdicie.
En una palabra, el PAM es un valioso ejemplo de cómo se puede trabajar en todo
el mundo para erradicar el hambre a través de una mejor asignación de los
recursos humanos y materiales, fortaleciendo la comunidad local. A este
respecto, les animo a seguir adelante. No se dejen vencer por el cansancio, ni
permitan que las dificultades los retraigan. Crean en lo que hacen y continúen
poniendo entusiasmo en ello, que es la forma en que la semilla de la
generosidad germine con fuerza.
La Iglesia Católica, fiel a su misión, quiere trabajar
mancomunadamente con todas las iniciativas que luchen por salvaguardar la
dignidad de las personas, especialmente de aquellas en las que están vulnerados
sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de "hambre cero”,
les aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer todos los
esfuerzos encaminados.
"Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste
de beber”. En estas palabras se halla una de las máximas del cristianismo. Una
expresión que, más allá de los credos y de las convicciones, podría ser
ofrecida como regla de oro para nuestros pueblos. Un pueblo se juega su futuro
en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. En
esta capacidad de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso
de nuestra humanidad. Por eso, deseo que la lucha para erradicar el hambre y la
sed de nuestros hermanos y con nuestros hermanos siga interpelándonos, a fin de
buscar creativamente soluciones de cambio y de transformación. Que Dios
Omnipotente sostenga con su bendición el trabajo de vuestras manos.
Muchas gracias.
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