Día litúrgico: Sábado XXXIV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,34-36): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros
corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la
vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque
vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela,
pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que
está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Estad en vela (...) orando en todo tiempo»
Hoy, último día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte con
meridiana claridad sobre la suerte de nuestro paso por esta vida. Si nos
empeñamos, obstinadamente, en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de
la vida, llegará el último día de nuestra existencia terrena tan de repente que
la misma ceguera de nuestra glotonería nos impedirá reconocer al mismísimo
Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la
intimidad de su Amor infinito. Será algo así como lo que le ocurre a un niño
malcriado: tan entretenido está con “sus” juguetes, que al final olvida el
cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Cuando se da cuenta, llora
desconsolado por su inesperada soledad.
El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro:
«Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Vigilar y orar... El
mismo aviso que les dio a sus Apóstoles la noche en que fue traicionado. La
oración tiene un componente admirable de profecía, muchas veces olvidado en la
predicación, es decir, de pasar del mero “ver” al “mirar” la cotidianeidad en
su más profunda realidad. Como escribió Evagrio Póntico, «la vista es el mejor
de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes». Los
clásicos de la espiritualidad lo llaman “visión sobrenatural”, mirar con los
ojos de Dios. O lo que es lo mismo, conocer la Verdad: de Dios, del mundo, de
mí mismo. Los profetas fueron, no sólo los que “predecían lo que iba a venir”,
sino también los que sabían interpretar el presente en su justa medida, alcance
y densidad. Resultado: supieron reconducir la historia, con la ayuda de Dios.
Tantas veces nos lamentamos de la situación del mundo.
—¿Adónde iremos a parar?, decimos. Hoy, que es el último día del tiempo
ordinario, es día también de resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora
de que alguien más esté dispuesto a levantarse de su embriaguez de presente y
se ponga manos a la obra de un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues, ¡ánimo!, y
que Dios te bendiga.
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