Día litúrgico: Domingo XXXIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,5-19): En aquel tiempo,
como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras
y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará
piedra sobre piedra que no sea derruida».
Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál
será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad,
no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo
soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y
revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas
cosas, pero el fin no es inmediato».
Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y
reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos
lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de
todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y
cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá
para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la
defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán
resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por
padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis
odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de
vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí,
Girona, España).
«Mirad, no os dejéis engañar»
Hoy, el Evangelio nos habla de la última venida del Hijo
del hombre. Se acerca el final del año litúrgico y la Iglesia nos presenta la
parusía, y al mismo tiempo quiere que pensemos en nuestras postrimerías:
muerte, juicio, infierno o cielo. El fin de un viaje condiciona su realización.
Si quieres ir al infierno, te podrás comportar de una manera determinada de
acuerdo con el término de tu viaje. Si escoges el cielo, habrás de ser
coherente con la Gloria que quieres conquistar. Siempre, libremente. Al infierno
no va nadie por la fuerza; ni al cielo, tampoco. Dios es justo y da a cada uno
lo que se ha ganado, ni más ni menos. No castiga ni premia arbitrariamente,
movido por simpatías o antipatías. Respeta nuestra libertad. Sin embargo, hay
que tener presente que al salir de este mundo la libertad ya no podrá escoger.
El árbol permanecerá tendido por el lado en que haya caído.
«Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger
el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre
por nuestra propia y libre elección» (Catecismo de la Iglesia n. 1033).
¿Te imaginas la grandiosidad del espectáculo? Los hombres
y las mujeres de todas las razas y de todos los tiempos, con nuestro cuerpo
resucitado y nuestra alma compareceremos delante de Jesucristo, que presidirá
el acto con gran poder y majestad. Vendrá a juzgarnos en presencia de todo el
mundo. Si la entrada no fuera gratuita, valdría la pena... Entonces se sabrá la
verdad de todos nuestros actos interiores y exteriores. Entonces veremos de
quién son los dineros, los hijos, los libros, los proyectos y las demás cosas:
«No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Día de alegría
y de gloria para unos; día de tristeza y de vergüenza para otros. Lo que no
quieras que aparezca públicamente, ahora te es posible eliminarlo con una
confesión bien hecha. No puedes improvisar un acto tan solemne y comprometedor.
Jesús nos lo advierte: «Mirad, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). ¿Estás
preparado ahora?
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