Texto
del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la
salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por
los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad
situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen
debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que
están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Comentario: Rev. D. Josep FONT i Gallart (Tremp, Lleida, España).
«Vosotros
sois la luz del mundo»
Hoy,
el Evangelio nos hace una gran llamada a ser testimonios de Cristo. Y nos
invita a serlo de dos maneras, aparentemente, contradictorias: como la sal y
como la luz.
La
sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que
“no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de
hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría.
Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.
La
luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Teresa de
Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su
liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”.
Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero»
(cf. Mt 5,14.15).
Todos
estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de
vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al
preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir,
contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada
día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.
A
veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando
profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes
lumbreras. Y hoy, según qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo
de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy
pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.
Pidamos
los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser
luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera
que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt
5,16).
No hay comentarios:
Publicar un comentario