Lectura del santo evangelio según san
Mateo 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús
hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo:
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y al verla le dijo:
«¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado».
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús Llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
«¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Reflexión del Evangelio de hoy
Yo
la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón
Este texto del profeta Oseas pertenece
a un poema en el que describe su relación con Gómer, su esposa infiel, símbolo
de la infidelidad de Israel a la alianza con su Dios.
Después de varios reproches y amenazas
de castigos por su infidelidad, tenemos aquí la respuesta definitiva: el
perdón. Lo que termina triunfando es el amor de Dios, que acoge de nuevo a la
esposa, aunque ésta no se halle plenamente arrepentida. El acento recae sobre
el amor gratuito de Dios.
Así revela el amor celoso que Dios
siente por el pueblo: ante la esposa/pueblo, que no ha mostrado ningún signo de
arrepentimiento y conversión, el esposo/Dios es el que cambia y elige el
desierto como lugar de reencuentro. Allí la tentación queda lejos, se renueva
la alianza y recomienza una nueva historia de amor. La iniciativa ha partido
del esposo/Dios, y la esposa lo recibe todo. Se ha dado un salto de nivel:
Dios, olvidando la infidelidad, ofrece un futuro de reconciliación total, de
recomienzo absoluto.
La gran novedad de Oseas es que muestra
que el perdón antecede a la conversión. Dios perdona antes de que el pueblo se
convierta, aunque no se haya convertido. Y esto no significa que la conversión
sea innecesaria. Pero sí que se produce como respuesta al amor de Dios, no como
condición previa al perdón.
En los momentos de fragilidad y de
pecado Dios no nos abandona, nos sigue ofreciendo su perdón antes de que se lo
pidamos, nos invita a reanudar nuestra relación con Él. Dios siempre está a la
espera de nuestra vuelta cuando nos alejamos, y si hace falta, nos llevará al
desierto, a la soledad donde podremos entrar con Él en una nueva alianza.
Tu
fe te ha curado
En el evangelio de hoy aparece Jesús
realizando dos milagros, milagros que responden al poder de la fe de los que
acuden a Él con confianza. Dos personas muy distintas entre sí:
El primero es un judío importante; por
Marcos sabemos que es Jairo, jefe de la sinagoga, que se arrodilla ante Jesús
para pedirle que resucite a su hija, y Jesús, al ver su fe, accede a ir con él
a su casa.
La otra persona que acude a Jesús es
una mujer enferma, y por ello marginada, pues nos dice el evangelista que
sufría flujos de sangre desde hacía años, y eso la convertía en impura
según la ley. Por ello, no se atreve a acercarse abiertamente a Jesús, y lo hace
a escondidas, por detrás, intentando pasar inadvertida, con temor a ser
descubierta, pero con una fe tan grande que confía en que sólo con tocar el
borde del manto se curaría.
Jesús, aunque iba deprisa a casa de
Jairo, se para, pues siempre tiene tiempo para los que acuden a Él, se vuelve a
la mujer y le dice “Hija, tu fe te ha curado”. Reconoce que sin la fe de la
mujer, él no hubiera podido realizar el milagro.
Luego sigue su camino hacia la casa del
jefe de la sinagoga, manda salir a la gente y, sin hacer caso del alboroto,
llega hasta la niña muerta, y por lo tanto impura, y la coge de la mano, es
decir, vuelve a hacer algo prohibido por la ley: tocarla. Y la niña se
levanta.
Jesús es la última esperanza para los
dos que acuden a Él movidos por la fe. Y Jesús confirma que la superación de la
muerte pasa por la fe y la esperanza. Es la fe la que precede al milagro, es el
acto de fe el que hace posible que Jesús cure y devuelva la
vida.
Y la fe es a su vez don de Dios. La fe
es apostar por lo imposible, por lo inverosímil. Don que hay que pedir
insistentemente para que crezca, y a la vez, como dice Benedicto XVI: “La fe
sólo crece y se fortalece creyendo”.
Sor Cristina Tobaruela O. P.
Monasterio de las Dueñas (Salamanca)
Monasterio de las Dueñas (Salamanca)
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