Georg Floyd murió asfixiado. No por la falta de un balón de
oxígeno. Sino porque tenía una rodilla sobre su cuello. Imploró 16 veces al
policía: “No puedo respirar”. Pero la rodilla no se movió. Era la rodilla de un
policía blanco en Minneapolis/EEUU. Georg Floyd no había hecho nada. No estaba
armado. Estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Era negro. En
EEUU cada día muere un negro en manos de un policía blanco. Es el racismo de cada día. Y no solo en EEUU.
Esa
rodilla, que no deja respirar al otro puede ser la mía, puede ser la tuya.
Cuando juzgamos a los pobres en vez de ayudarlos. Cuando presionamos o
manipulamos a la gente. Cuando los matamos con rumores, chismes, falsas
noticias. Cuando usamos nuestro poder en contra del otro.
La
muerte de un inocente no debe de ser causa de nueva violencia. Debe de
cuestionar nuestra humanidad y nuestra sociedad. Si no mejoramos nuestra
actitud la sociedad se asfixiará. Jesús no da una gran enseñanza:
Un
samaritano que va de camino llega a donde está, lo ve y se compadece. Le echa
aceite y vino en las heridas y se las venda. Después lo monta en su cabalgadura
y lo conduce a una posada y lo cuida. Al día siguiente saca dos monedas, se las
da al dueño de la posada y la encarga: Cuida de él, y lo que gastes de más te
lo pagaré a la vuelta… Ve y haz tú lo mismo (Lc 10,25-37).
P. Reinaldo Nann,
obispo
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