Evangelio
del día (27 enero 2018)
Lectura
del santo evangelio según san Marcos 4,35-41
Un día, al atardecer, dijo
Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo
llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un
fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Reflexión
del Evangelio de hoy
¿Quién soy?
Si pudiéramos usar como
espejo al rey David en la escena que nos narra el primer libro de Samuel en
este día, descubriríamos que tenemos algún parecido con él.
¡Sí, solemos darnos cuenta
del defecto o pecado ajeno con gran facilidad y prontitud y nos cuesta mucho
más reconocer lo propio, no nos resulta fácil conocernos a nosotros mismos, sin
excusas, sin máscaras!
Nos cuesta emprender y
reemprender el maravilloso camino de la verdad que nos hace libres.
David fue capaz de mirar y
juzgar la actuación de otro, pero, ayudado por el profeta, fue capaz de verse a
sí mismo, de reconocer su pecado y pedir perdón. David fue capaz de hacer el
camino de regreso al corazón de Dios y se dejó transformar por su misericordia.
Mejor, de entrar en su propio corazón donde Dios le ofrecía su verdad para
desde ahí recrearlo.
Aquí vemos a David orar y
sacrificarse por su hijito, en otra ocasión el mismo rey dice, cuando se entera
de la muerte del hijo que le había traicionado: Absalón, hijo mío Absalón,
quién me hubiera dado el morir en tu lugar.
El camino hacia el corazón
de Dios es un camino nunca acabado mientras peregrinamos en esta vida, es una
aventura entusiasmante en la que el mismo Espíritu de Dios va purificando y
renovando nuestro corazón, hasta hacerlo a la medida de Cristo, en su plenitud.
¿Quién es Él?...
En el camino de la vida es
donde vamos descubriendo quién es Jesús. Y es justamente en las situaciones
límites, en aquellas en las que parece no haber solución, en las que
comprobamos que está y nos salva.
Confiemos en Él y
gritémosle una y otra vez: Maestro, ¿No te importa que perezcamos?
¡Es verdad Señor, no
tenemos mucha fe; es verdad, tenemos miedo! Pero, aún con nuestra poca fe y
contando con nuestros miedos, no dejemos de decirle por nosotros mismos, por
los que amamos, por los que sufren, por el mundo: ¿No te importa que
perezcamos?... ¡Creemos que eres el Hijo de Dios vivo, haznos experimentar el
don de tu salvación, así nuestra boca proclamará tu alabanza y podremos enseñar
tus caminos a nuestros hermanos!
Monasterio Stma. Trinidad y Sta. Lucía (Orihuela)
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