miércoles, 8 de septiembre de 2021

4º TaBi: El Abrazo Sanante y el Beso Vivificante (Lc 15, 11-32)

 Objetivo: Revisar los anhelos personales en el contexto de la comunidad familiar y repensar la capacidad del disfrute de la vida tejiendo vínculos vivificantes.

El mundo contemporáneo se ha caracterizado por un exceso de individualización, como si meterse en la propia vida y estar bien, fuese lo suficiente para llevar una vida tranquila y en paz. Sin embargo, sabemos que no nacimos para estar aislados o crear un “auto-mundo” encapsulado donde los vínculos se tejen a través de la computadora o el celular. Una vida así corre el

riesgo de cosificarse, deshumanizarse y dejar a un lado a la persona de carne y hueso. Necesitamos de los demás. Es en la inter-relación y en el compromiso con los demás que vamos tejiendo procesualmente nuestra identidad como personas. Con la ayuda de la parábola del “hijo pródigo” en el evangelio de San Lucas (15, 11-32) reflexionemos, profundicemos y ampliemos nuestra vida llamada a la gran dignidad y a la hermosura vital. La parábola nos invita a preguntarnos: ¿cuáles son las motivaciones ejes en el disfrute de la vida?; los tres personajes de la parábola tienen características singulares y semejantes, ¿con quién de los personajes me identifico más?, ¿a qué o a quién estoy aferrado y que esto contradice mi identidad?, ¿cuál y qué tipo de postura constante es la manifestada con los que convivo?, ¿es posible encarnar el abrazo abierto de Dios?

Desarrollemos. En el texto de Lucas 15, 11-32 encontramos el desenlace no terminado de la vida personal y familiar dentro y fuera de la casa a través de tres personajes: el padre, el hijo menor y el hijo mayor. El hijo menor habiendo pedido al padre la parte de la herencia sale de la casa con el anhelo y la expectativa de una vida libre, nueva y feliz (vv11-13). Dichas expectativas de vida es gestionada sólo desde la dependencia material (herencia) y la cosificación de sí mismo como de las personas vinculadas. Esta forma de vincular el disfrute de la vida acarrea la destrucción del sentido de la vida, el rompimiento de los vínculos familiares y el aniquilamiento de amistades sinceras. La vida se deshumaniza. La vida queda reducida al nivel animal y dominado por el caos de los sentidos (vv15-16). Por su parte, el hijo mayor permanece en la casa obedeciendo al padre y al cuidado los bienes (vv25.29.31).

Constatamos dos polos opuestos: el hijo menor sale de la casa y “malgasta” la herencia material y la vida propia con extraños. El hijo mayor se queda en la casa, cuida y “trabaja” la herencia. Los dos hermanos son esclavos de sus deseos y son infelices. Porque el disfrute de la vida está enfocado egoístamente en el bienestar propio. Un disfrute que deteriora la riqueza de la empatía familiar y los vínculos generosos en la casa.

El texto bíblico nos hace constatar que la pérdida de lo material, el hambre y la vulnerabilidad al que llegado el hijo menor es una realidad límite y deshumanizante. Pero a la vez es una realidad shock que ayuda a recuperar la memoria de la generosidad abundante presente en el hogar. El hijo menor revalora, con humildad, la posibilidad de recuperar el vínculo de hijo-hermano y decide hacer el camino de retorno a la comunión (vv17-20). Por su parte el Padre es abundantemente amoroso y generoso con ambos hijos y con sus criados. Sale de la casa para acoger la vida tal como es (vv20.28). La casa ofrecida por el padre es hospitalaria porque acoge y cura la herida del cuerpo como del espíritu, cura y regenera los vínculos rotos. Pero también es casa festiva, porque los sentidos son armonizados y sensibilizados mediante el compartir generoso. La alegría y la festividad de los gestos fraternos refuerzan la acogida: se festeja la vida encontrada y compartida (vv22-24. 31-32).

El abrazo del padre y la casa estimulan la pasión por la vida. El abrazo y el beso del padre es la intimidad exteriorizada con sinceridad. El abrazo recompone la forma del saberse tocado, aceptado y acompañado. Constatamos que el abrazo y el beso que humaniza y cura nos hacen vulnerables y nos exponen al sufrimiento, pero sostienen la esperanza vivificante y salvífica de la vida. Por ello, el error y la vulnerabilidad es una experiencia humana para detenerse y rehacerse con vitalidad necesaria. Constatamos en el hijo menor, en el hijo mayor como en el padre la necesidad urgente de atender el afecto y la ternura, donde la realización y la felicidad se atienden no desde el orden de la supervivencia individual, sino desde la vida plena y vida que se expande en familia.

Esta parábola de San Lucas es una propuesta desafiante a reconsiderar la vida con sus encuentros y desencuentros, con su límite y trascendencia. Es una invitación a superar el enfoque reduccionista de la vida e ir más allá de la transgresión y el pecado. Es vital aceptar a toda persona y espacio desde la apertura liberadora y dignificante: ojos abiertos, brazos abiertos, vínculos abiertos, sentimientos abiertos, familia abierta y casa abierta. La pasión por la vida como la generosidad abierta ha de correr el riesgo testimonial de ser juzgada mezquinamente desde la óptica egoísta y farisaica, pero es levadura de amor encarnada y exigente del reino de Dios. En la parábola el disfrute de la vida y la exigencia de la vida inter-relacionada es un estilo de vida que se aprende y se construye a diario, pasando de la relación dual posesiva y cómplice a la relación trinitario co-fraterna y solidaria.

                                                                                            P. Joselito López Osorio MSC


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