Día litúrgico: 22 de Julio: Santa María Magdalena
Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día
de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba
oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón
Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y
mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco,
sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los
pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se
han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y
vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por
qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto,
le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo
llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní»
—que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he
subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y
vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los
discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había
visto al Señor»
Hoy celebramos con gozo a santa María Magdalena. ¡Con gozo
y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien podría ser el nuestro.
La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy lejos… En efecto, en
el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a Jesús
resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”. Aquella mañana,
Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella también era hija
de Dios.
En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos
aspectos importantes de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe,
aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en
nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto
que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura
arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real
en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve”
también al Padre, al Señor.
Por otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la
Biblia llama conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto). ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un
paso reiterado en nuestras vidas?
En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no
ahorró en perfumes para su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe,
porque ni escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio
de san Juan aparece claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver
(…)». En aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor
(le basta escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. «En la mañana
de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple
en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al
Señor’ (Jn 20,18)» (Papa Francisco).
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