Regina angelórum
Reina de los ángeles. Si se da a María el título glorioso de Reina de los Ángeles es porque en calidad de Madre del Creador y del soberano Señor de los cielos, sobrepasa en gloria a todas las inteligencias celestes. Es lo que reconoce la Iglesia cuando canta, en el día de la Ascensión de la Santa Virgen: La Santa Madre de Dios se elevó al Reno del os cielos por encima de todos los ángeles. También los ángeles con un afecto digno de las complacencias de Dios mismo, no dejan de expresarle la ternura de sus sentimientos que los animan, mediante exclamaciones de alegría y exclamaciones de alegría y de alegría en las bendiciones que le dan.
Regina Patriarchárum
Reina de los patriarcas. Si Noé, Abrahán y los antiguos Padres que vivieron, hasta tiempos de Moisés, son llamados los Patriarcas del Antiguo Testamento, para que fueran los primeros jefes de familias, donde se conservó fielmente el recuerdo de Dios: y si se llama a San Agustín, San Benito y otros fundadores de Órdenes religiosas los Patriarcas del Nuevo testamento, porque son los jefes y como padres de las familias religiosas que se dedicaron especialmente al servicio de Dios, es a justo título que se da a María la calidad de Reina de los Patriarcas, porque siendo la Jesucristo que es el Rey de los patriarcas, el autor y consumador de la fe, ella es por esta calidad la Reina de los Patriarcas de la antigua y de la nueva ley.
Regína profetárum
Reina de los profetas. Si a partir del texto del Apocalipsis, capítulo XIX, el testimonio que se rinde a Jesucristo es el espíritu de profecía, María ¿no debe ser mirada como la Reina de los profetas puesto que ella rindió incomparablemente un testimonio de Jesucristo mayor que el que rindieron los profetas, porque ella lo engendró, lo reconoció como su Dios y siguió en todos los pasos de su Pasión, hasta el pie de la Cruz.
Ejemplo
San Francisco Javier, apóstol de las Indias y del Japón, no se demoró en ceder a los requerimientos de la gracia, que sintió nacer al mismo tiempo en su corazón, un tierno amor por María y un vivo deseo de imitarlo. Con miras a honrar su pobreza, y de afirmarse en esta virtud que miraba como indispensable para un obrero evangélico, eligió, para prepararse, mediante un retiro de horas, para celebrar su primera misa, un reducto abandonado que le representaba el establo de Belén. Su amor por María fue siempre en aumento: le encomendaba todas sus empresas; alentaba a todos a hacer lo mismo. Dios justificó su confianza, y aprobó sensiblemente su celo concediendo a menudo milagros con solo tocar su Rosario. Desligado de todo en la muerte tal como fue en la vida, y abandonado por sus amigos en un río lejano, este hombre apostólico encontró su consolación en María, no dejando de dirigirle a ella hasta su último suspiro, estas palabras; Mostra te esse Matrem.
María, nuestra Madre es reina, invoquémosla con confianza.
Traducido del francés, por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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