La humanidad a través de la historia se ha caracterizado por la mejoría de su entorno y la búsqueda del bienestar. San Lucas en sus dos obras revela que la cultura griega como la judía consideran la salud y el estar saludable como ideal del ser humano, como signo de la bondad y de la belleza y, el primer libro de la Biblia revela que Dios es bueno y, lo creado por Él es “muy bueno” (Gén 1, 31). Por ello, la enfermedad es la “deformación” de la bondad y de la belleza de la persona y del entorno. La psicología moderna al considerar que el ser humano no es sólo cuerpo o materia, sino también espíritu; sostiene que muchas enfermedades son psicosomáticas:
afectan al cuerpo y al espíritu. Entre el cuerpo y el espíritu existe una interrelación de afectación saludable o enfermiza. Por ello, la consideración y gestión parcial en el desarrollo del ser humano es una opción reduccionista que conduce a una existencia dividida y desintegrada: es romper con la integridad del ser humano. En los evangelios Jesús no sólo sana las heridas del cuerpo (sordera, ceguera, parálisis, lepra, etc.), también sana el espíritu reconectando a la persona con su interioridad y con su entorno. La salud no sólo corresponde al cuerpo, sino también al espíritu.En
el texto de San Lucas 13, 10-14 encontramos la sanación de una mujer encorvada.
Jesús al ver el cuerpo encorvado, afectado por “un espíritu” enfermizo y con
dificultad para enderezarse (v11), cura y recompone la vida con la palabra y
con las manos: involucra los sentidos y toda su persona (vv12-13). Este hecho
bíblico de la mujer revela la realidad de un ambiente socio-religioso opresor
que vulnerabiliza, bloquea y degenera la vida libre y saludable de la persona
en comunidad. Por otra parte, Jesús al sanar en el día sábado (tiempo), en la
sinagoga (espacio) y ante el jefe de la sinagoga (personaje) denuncia que los
espacios socio-religiosos y los comportamientos opresores no deben ser
mantenidos, sino han de ser cambiados por espacios y prácticas éticas que
gesten una salud y vida integral (v14).
El
padecimiento causado por el “espíritu” enfermizo no es circunstancial, sino
permanente (dieciocho años) y, ha afectado la capacidad de libertad religiosa,
la espontaneidad de mantener vínculos amplios y la opción de decisión de la
mujer. La fuerza de este “espíritu” la tiene dominada, atada y dañada. Este
“espíritu” ha deformado permanentemente no sólo el cuerpo, sino la mirada, el
horizonte y la dignidad. La mujer está enferma en el cuerpo como en el
espíritu.
Ante
esta situación, Jesús a los discípulos, al jefe de la sinagoga y a la gente
expectante plantea la necesidad inmediata de gestionar una vida saludable
integral y la urgencia de identificar y corregir, con sinceridad, las fuerzas
opresoras deshumizantes. El discípulo de Cristo ha de gestionar, con
responsabilidad, el tipo de vínculo socio-religioso que genera y permite. Somos
un todo afectándonos para bien o para mal.
La
mujer con su cuerpo encorvado y enfermo, ante Jesús y la gente ha tomado la
decisión de visibilizar la promoción y el mantenimiento de vínculos dañosos a
nivel personal y en el ámbito socio-religioso. Hoy la enfermedad y muerte
causada por el COVID-19 ha desenmascarado la desconexión entre progreso
tecnológico y la salud integral, el desfase perverso entre políticas económicas
extractivistas y el cuidado de la vida en el entorno. Esta realidad ha exigido
la urgencia de gestionar una vida en armonía con el entorno y la urgencia de
articular la salud mental-anímica y corporal. Por dieciocho años la mujer ha
permitido ser dominada y denigrada. Se había acostumbrado. Por ello, el adulto
a pesar de la edad, el tiempo o el desgaste psicológico y corporal no ha de
vivir atrapado en la resignación de aquellas costumbres que lo deshumanizan,
sino que ha de considerar el beneficio de recrear la vida con la fuerza
salvadora y liberadora de Dios. Es necesario incrementar la confianza en uno
mismo, la solidaridad con los demás y la comunión con Dios. Es necesario
recobrar el origen de la condición humana: creatura muy buena y muy saludable
(Gén 1, 31). Permitamos que Dios toque nuestro corazón y hagamos el proceso de
ser creaturas nuevas.
El
otro gesto testimonial de la mujer es la adoración y alabanza a Dios (v 13). Con
la ayuda de “Otro” (Jesús), ha reconocido los vínculos opresores propios y
externos y, ha recobrado la forma original unitaria del cuerpo-espíritu. Ha
roto la adulteración e imposición de un tiempo (sábado) y espacio
socio-religioso (sinagoga) que impedía la sanación. Por tanto, con la gracia
recibida de Dios y la conexión cuerpo-espíritu todo tiempo, espacio y edad, es
propicio para vivir vínculos saludables. Es posible romper ataduras de opresión
mental y psicológica. Es posible pasar de vínculos y prácticas patológicas a
vínculos saludables y vivificantes. En el texto considerado (Lc 13, 10-14) la
alegría y la gratitud por la salud integral y la buena convivencia es posible y
ha de ser testimonio profético en el ambiente socio-religioso limitante,
opresor y denigrante. El arte de una vida saludable es una realidad salvífica y
constatable.
P. Joselito López Osorio MSC
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