lunes, 2 de septiembre de 2019

Evangelio del día, lunes 02-09-2019 (Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario)


Lectura del santo evangelio según san Lucas, 4, 16-30
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de
gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo" y' "haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Reflexión del Evangelio de hoy
“No os aflijáis como los hombres sin esperanza”
La esperanza humana, sin la cual la vida se hace invivible, parece fracasar ante la muerte. Que todo tenga un fin definitivo y total, puede quitar sentido al vivir, pues: ¿Para qué vivir si lo que espera es la muerte? El mismo apóstol diría, si no hubiera otro final que el desaparecer, “comamos y bebamos que maya moriremos”.
Es una actitud radical. Que ha llevado a que algunos afirmaran que nuestra existencia es inauténtica, sin sentido, es un simple paso más o menos duradero hacia la muerte. Y que en ámbitos de cierta espiritualidad cristiana ha conducido a infravalorar esta vida, o convertirla en un continuo sufrir para así conseguir la vida de verdad, la de más allá de la muerte.
También existen quienes sin fe en el más allá,- del más allá solo se puede tener fe, no certeza evidente-, entienden que esta vida tiene su sentido en disfrutar de lo bueno de ella; bondad que tiene su dimensión moral: la de ser mejores personas; y no se ha de reducir la esperanza solo a otra vida. La fe cristiana ha de tener en cuenta es actitud ante el vivir.
El Sermón del monte, las Bienaventuranzas, son un programa de felicidad que se inicia ya aquí. Así hay que entenderlas. Felicidad nunca plena, nada hay pleno en el ser humano; pero lo suficiente para vivir felices. Recordemos que incluso en el caso extremo de la persecución hasta la muerte por causa de la justicia o del reino, Lucas dice, “alegraos en ese día  regocijaos, pues vuestra recompensa será grande en el cielo”.
Vivir está vida en cristiano no es sufrir aquí para ser felices en el más allá, sino anticipar con nuestro estilo de vida aquí, la plenitud feliz de la otra. Aceptar así la limitación de la felicidad, como de la bondad, porque se espera la plenitud en el más allá.
“Haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”
El texto del evangelio de este día no parece fácil de comprender. Me refiero al rápido cambio de los paisanos de Jesús respecto a él: le admiran sorprendidos que del hijo de José, el carpintero, salga tanta sabiduría, tantas “palabras de gracia”, y cuando ven que no está dispuesto a hacer en su pueblo los signos que les cuentan hizo en Cafarnaúm, “se ponen furiosos” , le expulsan del pueblo para despeñarlo por un barranco. ¿Responde a la rivalidad clásica entre localidades vecinas? ¿A no ver que prefiere su pueblo, Nazaret al rival de Cafarnaúm? ¿No quieren vivir de lo que les cuentan, sino ver con sus ojos lo que se dice que realiza, y no aceptan que se niegue a ellos?
Parece que Jesús entiende que el primer y duradero conocimiento que tienen de él como un nazareno más, no será superado, a pesar de su asombro, por una consideración distinta hacia su persona. Ese reconocimiento implicaría aceptar que era un enviado por Dios, un profeta, lleno de una sabiduría que no había mostrado en los muchos años que con ellos ha convivido. No es fácil que quien consideramos uno como nosotros, sea capaz de realizar lo que nosotros no podemos realizar, ¿Por qué él y no yo? nos podemos preguntar. No gusta ver que no supera quien es “uno de nosotros” y lo ha sido durante muchos años.

Fray Juan José de León Lastra
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/

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