Discurso del Santo Padre Francisco
Paseo marítimo de
Copacabana, Río de Janeiro
Sábado 27 de julio de 2013
Queridos jóvenes
Al verlos a ustedes, que están
hoy aquí, me viene a la mente la historia de San Francisco de Asís. Ante el
crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco,
y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con
prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué
casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y
reparar un edificio de piedra, sino de dar su
contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de
ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se
reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue
necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes, el Señor los
necesita. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a
ser misioneros. Queridos jóvenes el Señor hoy los llama. No al montón. A vos, a
vos, a vos, a cada uno. Escuchen en el corazón qué les dice. Pienso que podemos
aprender algo de lo que pasó en estos días: cómo tuvimos que cancelar por el
mal tiempo la realización de esta vigilia en el Campus Fidei, en
Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo decirnos que el verdadero campo de la
fe, el verdadero Campus Fidei, no es un lugar geográfico sino que somos
nosotros? ¡Sí! Es verdad. Cada uno de nosotros, cada uno ustedes, yo, todos. Y,
ser discípulo misionero significa saber que somos el Campo de la fe de Dios.
Por eso, a partir de la imagen del Campo de la fe, pensé en tres imágenes,
tres, que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera
imagen, la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo
como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.