Misa matutina del Papa en Santa Marta: el cristiano está
llamado a ser sal y luz para los otros (Vatican Media)
La sal sirve para condimentar los alimentos y la luz no se ilumina a sí
misma. Así el simple testimonio cotidiano del cristiano sirve para los otros,
no para vanagloriarse de los propios méritos. Lo recuerda el Papa esta mañana
en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta
Debora Donnini - Ciudad del Vaticano
Ser sal y luz para los otros, sin atribuirse méritos. Es éste el “simple
testimonio habitual”, la “santidad de todos los días”, a la que está llamado el
cristiano. Lo subraya el Papa esta mañana, en la homilía de la Misa en la Casa
Santa Marta. El testimonio más grande del cristiano es dar la vida como lo hizo
Jesús, es decir, el martirio, pero hay también otro testimonio: aquel de todos
los días, que inicia por la mañana, cuando nos despertamos, y termina por la
noche, cuando nos vamos a dormir.
Sal y luz sirven para los otros
“Parece poca cosa” pero el Señor “con pocas cosas nuestras hace
milagros, hace maravillas”, nota el Santo Padre. Por lo tanto, es necesario
tener esta actitud de “humildad” que consiste en buscar solamente ser sal y
luz:
Sal para los otros, luz para los otros, porque la sal no se sazona a sí
misma, siempre al servicio. La luz no se ilumina a sí misma, siempre al
servicio. Sal para los otros, pequeña sal que ayuda en las comidas, pero
pequeña. ¿En el supermercado la sal se vende por toneladas? No… En pequeñas
bolsitas, es suficiente. Y después, la sal no se vanagloria de sí misma, porque
no se sirve a sí misma. Siempre está allí para ayudar a los demás: ayudar a
conservar las cosas, a condimentar las cosas. Siempre está el testimonio.
Ningún mérito
Ser cristiano de cada día significa - reitera el Papa - ser como la luz
que “es para la gente, es para ayudarnos en las horas de oscuridad”:
El Señor nos dice así: “Tú eres sal, tú eres luz” – “Ah, es verdad,
Señor, es así. Atraeré a tanta gente y haré”. “No, así harás que los
demás vean y glorifiquen al Padre. Ni siquiera te será reconocido algún mérito.
Nosotros cuando comemos no decimos: “¡Ah, qué rica la sal! ¡No!: “Rica la pasta,
rica la carne, rica…” No decimos: “Qué rica la sal”. De noche cuando vamos para
casa, no decimos: “Qué buena la luz”, no. Ignoramos la luz, pero vivimos con
aquella luz que ilumina. Ésta es una dimensión que hace que nosotros cristianos
seamos como anónimos en la vida.
La santidad de todos los días
“No somos protagonistas de nuestros méritos”, subraya nuevamente el Papa
al concluir. Por lo tanto, no se debe hacer como el fariseo que agradece al
Señor pensando que es santo:
Y una linda oración para todos nosotros, al final del día, sería
preguntarse:
“¿He sido sal hoy?” “¿He sido luz hoy?” Ésta es la santidad de todos los
días. Que el Señor nos ayude a entender esto.
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