Hoy, el llamamiento a la vigilancia aparece con una
urgencia muy inmediata. Había sido ya un tema central en el anuncio en
Jerusalén, pero apunta anticipadamente a la historia futura del cristianismo.
La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una
ocasión favorable para el poder del mal.
Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se
deja inquietar por toda la injusticia y el sufrimiento que devastan la tierra.
Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando
que, en el fondo, no es tan grave, y así puede permanecer en la
autocomplacencia de la propia existencia satisfecha. Pero esta falta de
sensibilidad de las almas, tanto por lo que se refiere a la cercanía de Dios
como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno.
—Ante nuestros espíritus adormecidos, Tú, Señor dices de
Ti mismo: "Me muero de tristeza". Yo te respondo: ¡Quiero velar
contigo!
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