Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11
En aquel tiempo,
Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el
templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices ?.
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices ?.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
–El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oirlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
Jesús se incorporó y le preguntó:
–Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
–Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
–Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
Pautas para la homilía
2º
Isaías.
¿Qué
tiene de malo ser 2º? Nada. Es necesario leer los textos pensando en los
verbos/frases de acción que aquí se utilizan: abrió camino en el mar, caía para no levantarse, se apagaron como mecha. No recordar lo de antaño,
no pensar en
lo antiguo, realizar
algo nuevo, ya está
brotando, abrir
camino en el desierto, dar
de beber al
pueblo, proclamar
mi alabanza… Sin verbo -sin el Verbo posterior- los nombres, el tuyo y el mío,
quedan sin sustancia por muy sustantivos que sean. Texto del 2º Isaías.
Texto que completa la liberación iniciada antaño. En medio de la crisis, Isaías
adquiere un tono de esperanza para el pueblo. En medio de tanta incertidumbre,
brotará la esperanza. En medio de tanto desconcierto, aunque cueste creerlo,
tiene cabida la alabanza, la acción de gracias, la presencia de Dios… porque la
confianza en Dios es así de productiva, de transformadora, pero requiere
tiempo, paciencia, sabia espera. Dios es así, un poco antojadizo: se hace de
rogar, pero hay que rogar…, porque sin ruego, sin oración… la sequedad del
desierto (interior) avanza rápido. Y es que el Señor ha estado grande con
nosotros y por eso estamos alegres, invita el salmo 125. Alegres, sí, pero no
ciegos ante cuanto nos rodea.
Pablo
Es
claro exponente de esta confianza esperanzada: se apoya en la fe en Cristo, en
la justicia que viene de Dios, en la fuerza de la resurrección, en la comunión
con Jesús y sus muchos padecimientos que se prolongan en el tiempo, en los
hermano. Una “certeza” de que ha sido alcanzado por Cristo, no por mérito
propio, sino porque le impele la fuerza de Dios a través de Cristo y por eso se
lanza hacia adelante, confiado, olvidando lo pasado… que no fue poco. Casi
seguro que Pablo conocía ese pensamiento conciso de Heráclito: “Si no se espera lo inesperado, lo
inesperado no acontece”, aunque había en él urgencia por el
inminente final de los tiempos. A veces, leyendo este texto de hoy -que
tiene sus dosis de humildad- y otros muchos textos suyos, pareciera que Pablo
es un poco ególatra, un poco centro de aquel pequeño universo en que los
seguidores nuevos del cristianismo tenían una cierta conciencia “ser los
elegidos”. Lo que hace Pablo con los cristianos de Filipo es darles gracias por
las atenciones inmerecidas y ponerlos un poco en guardia con los ataques que
pudieran surgir ¡y surgieron! del entorno. Nada nuevo, si a nosotros nos
escribiera ahora… porque la carta también es para nosotros.
Jesús
Su
actitud primera -lo había hecho antes muchas veces- fue retirarse a orar al
monte. Sin el soporte previo de la oración -que también es acción- los
pasos siguientes no tendrían sentido. Después ya se puso a enseñar y a
oír acusaciones sin prueba alguna. Su acción fue escuchar primero, dejar un
tiempo de reflexión, de cierta tensión expectante y actuar en consecuencia.
¿Qué escribió en el suelo? No lo sabemos. Da igual, Dejaba trascurrir un breve
tiempo para ponerlos nerviosos. Dijo su sentencia: El que esté limpio que… todos se marcharon
¿avergonzados? Es probable. Nadie tiró ninguna piedra; era su corazón de piedra
el que les impedía aceptar y comprender la misericordia de Jesús.
Él
se incorporó. Son muchas las veces que en el Evangelio Jesús invita a
“levantarse y andar”; Él mismo “se levanta” en muchos momentos y pasa a
la acción, no sin antes haber contemplado (con-el-templo;
sin haber antes mirado atentamente y visto con el corazón y la mente más claros
tras muchos ratos de oración). Seguro que Jesús también ayudó a
incorporarse a aquella mujer arrojada, arrebujada en su ropa, en su temor y su
vergüenza, pero fueron sus palabras las que le ayudaron a levantarse de la
postración para siempre: “Anda, vete tranquila, y en adelante no peques más”.
¿Cabía mayor consuelo? No hubo reproches, ni envíos penitenciales o de limosna
al templo ¡qué más hubieran querido los del templo: una mujer que vuelve
arrepentida y con dádivas!; Ella sintió solo aceptación de su persona y el
pronto regreso a casa donde le esperaban su marido y sus hijos…; es de suponer
que si era llamada adúltera, es por estar casada. Porque la acusación, una vez
más, había sido falsa. Como tantas.
Y
entre la polvareda de su regreso a casa, se volvió a mirar a Jesús,
vislumbrándolo, con los ojos cegados por el sol, mientras Él sonreía, viendo
cómo ella trastabillaba en su apresurada carrera ganadora y liberadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario