Día litúrgico: Domingo XIV (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo,
tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has
revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha
sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre
le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Comentario: P. Antoni POU OSB Monje de
Montserrat (Montserrat, Barcelona, España).
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados,
y yo os daré descanso
Hoy, Jesús nos muestra dos realidades que le definen: que
Él es quien conoce al Padre con toda la profundidad y que Él es «manso y
humilde de corazón» (Mt 11,29). También podemos descubrir ahí dos actitudes
necesarias para poder entender y vivir lo que Jesús nos ofrece: la sencillez y
el deseo de acercarnos a Él.
A los sabios y entendidos frecuentemente les es difícil
entrar en el misterio del Reino, porque no están abiertos a la novedad de la
revelación divina; Dios no deja de manifestarse, pero ellos creen que ya lo
saben todo y, por tanto, Dios ya no les puede sorprender. Los sencillos, en
cambio, como los niños en sus mejores momentos, son receptivos, son como una
esponja que absorbe el agua, tienen capacidad de sorpresa y de admiración.
También hay excepciones, e incluso, hay expertos en ciencias humanas que pueden
ser humildes por lo que al conocimiento de Dios se refiere.
En el Padre, Jesús encuentra su reposo, y su paz puede ser
refugio para todos aquellos que han sido maleados por la vida: «Venid a mí todos
los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28).
Jesús es humilde, y la humildad es hermana de la sencillez. Cuando aprendemos a
ser felices a través de la sencillez, entonces muchas complicaciones se
deshacen, muchas necesidades desaparecen, y al fin podemos reposar. Jesús nos
invita a seguirlo; no nos engaña: estar con Él es llevar su yugo, asumir la
exigencia del amor. No se nos ahorrará el sufrimiento, pero su carga es ligera,
porque nuestro sufrimiento no nos vendrá a causa de nuestro egoísmo, sino que
sufriremos sólo lo que nos sea necesario y basta, por amor y con la ayuda del
Espíritu. Además, no olvidemos, «las tribulaciones que se sufren por Dios
quedan suavizadas por la esperanza» (San Efrén).
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