Día litúrgico: Miércoles XVI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 13,1-9): En aquel tiempo,
salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto
a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la
ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: «Una vez salió un sembrador
a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron
las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha
tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto
salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre
abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y
dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que
oiga».
Comentario: P. Julio César RAMOS González
SDB (Mendoza, Argentina).
Una vez salió un sembrador a sembrar
Hoy, Jesús —en la pluma de Mateo— comienza a introducirnos
en los misterios del Reino, a través de esta forma tan característica de
presentarnos su dinámica por medio de parábolas.
La semilla es la palabra proclamada, y el sembrador es Él
mismo. Éste no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la
mejor de las cosechas. Él ha venido para que todos «tengan vida y la tenga en
abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no escatima en desparramar puñados generosos
de semillas, sea «a lo largo del camino» (Mt 13,4), como en «el pedregal» (v.
5), o «entre abrojos» (v. 7), y finalmente «en tierra buena» (v. 8).
Así, las semillas arrojadas por generosos puños producen
el porcentaje de rendimiento que las posibilidades “toponímicas” les permiten.
El Concilio Vaticano II nos dice: «La Palabra de Dios se compara a una semilla
sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de
Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece
hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).
«Los que escuchan con fe», nos dice el Concilio. Tú estás
habituado a escucharla, tal vez a leerla, y quizá a meditarla. Según la
profundidad de tu audición en la fe, será la posibilidad de rendimiento en los
frutos. Aunque éstos vienen, en cierta forma, garantizados por la potencia
vital de la Palabra-semilla, no es menor la responsabilidad que te cabe en la
atenta audición de la misma. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).
Pide hoy al Señor el ansia del profeta: «Cuando se
presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la
alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los
ejércitos» (Jr 15,16).
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