16-06-2013 Radio Vaticana
(RV).- Con Cristo, digamos siempre sí al amor, a la vida y
a la libertad, alentó el Obispo de Roma, en una multitudinaria celebración de
la Jornada del Evangelium Vitae, en
la Plaza de San Pedro, destacando «tres puntos sencillos de meditación para
nuestra fe: en primer lugar, la Biblia nos revela al Dios vivo, al Dios que es
Vida y fuente de la vida; en segundo lugar, Jesucristo da vida, y el Espíritu
Santo nos mantiene en la vida; tercero, seguir el camino de Dios lleva a la
vida, mientras que seguir a los ídolos conduce a la muerte». En la Santa Misa
de este gran evento del Año de la fe, el Papa Francisco reiteró su exhortación
a decir sí a Dios y a la esperanza que nunca defrauda, con el amparo de María,
Madre de la Vida:
«Queridos hermanos y hermanas, miremos a Dios como al Dios
de la vida, miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una senda de
libertad y de vida. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al
egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a
la esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a
Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8, Jn 11,25,
Jn 8,32). Sólo la fe en el Dios vivo nos salva; en el Dios que en Jesucristo
nos ha dado su vida y, con el don del Espíritu Santo, nos hace vivir como verdaderos
hijos de Dios. Esta fe nos hace libres y felices. Pidamos a María, Madre de la
Vida, que nos ayude a recibir y dar testimonio siempre del ‘Evangelio de la
Vida’».
(CdM - RV)
Texto completo de la homilía del Papa Francisco
en español:
Queridos hermanos y hermanas
Esta celebración tiene un nombre muy bello: el Evangelio
de la Vida. Con esta Eucaristía, en el Año de la fe, queremos dar gracias al
Señor por el don de la vida en todas sus diversas manifestaciones, y queremos
al mismo tiempo anunciar el Evangelio de la Vida.
A partir de la Palabra de Dios que hemos escuchado,
quisiera proponerles tres puntos sencillos de meditación para nuestra fe: en
primer lugar, la Biblia nos revela al Dios vivo, al Dios que es Vida y fuente
de la vida; en segundo lugar, Jesucristo da vida, y el Espíritu Santo nos
mantiene en la vida; tercero, seguir el camino de Dios lleva a la vida,
mientras que seguir a los ídolos conduce a la muerte.
1. La primera lectura, tomada del
Libro Segundo de Samuel, nos habla de la vida y de la muerte. El rey David
quiere ocultar que cometió adulterio con la mujer de Urías el hitita, un
soldado en su ejército y, para ello, manda poner a Urías en primera línea para
que caiga en la batalla. La Biblia nos muestra el drama humano en toda su
realidad, el bien y el mal, las pasiones, el pecado y sus consecuencias. Cuando
el hombre quiere afirmarse a sí mismo, encerrándose en su propio egoísmo y
poniéndose en el puesto de Dios, acaba sembrando la muerte. Y el adulterio del
rey David es un ejemplo. Y el egoísmo conduce a la mentira, con la que trata de
engañarse a sí mismo y al prójimo. Pero no se puede engañar a Dios, y hemos
escuchado lo que dice el profeta a David: «Has hecho lo que está mal a los ojos
de Dios» (cf. 2 S 12,9). Al rey se le pone frente a sus obras de muerte, -
realmente lo que hizo es una obra de muerte, no de vida - comprende y pide
perdón: «He pecado contra el Señor» (v. 13), y el Dios misericordioso, que
quiere la vida y siempre nos perdona, le da de nuevo la vida; el profeta le
dice: «También el Señor ha perdonado tu pecado, no morirás». ¿Qué imagen
tenemos de Dios? Tal vez nos parece un juez severo, como alguien que limita
nuestra libertad de vivir. Pero toda la Escritura nos recuerda que Dios es el
Viviente, el que da la vida y que indica la senda de la vida plena. Pienso en
el comienzo del Libro del Génesis: Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
soplando en su nariz el aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo
(cf. 2,7). Dios es la fuente de la vida; y gracias a su aliento el hombre tiene
vida y su aliento es lo que sostiene el camino de su existencia terrena. Pienso
igualmente en la vocación de Moisés, cuando el Señor se presenta como el Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob, como el Dios de los vivos; y, enviando a
Moisés al faraón para liberar a su pueblo, revela su nombre: «Yo soy el que
soy», el Dios que se hace presente en la historia, que libera de la esclavitud,
de la muerte, y que saca al pueblo porque es el Viviente. Pienso también en el
don de los Diez Mandamientos: una vía que Dios nos indica para una vida
verdaderamente libre, para una vida plena; no son un himno al «no» - no debes
hacer esto, no debes hacer esto, no debes hacer esto: ¡no! Son más bien un
himno al «sí» a Dios, al Amor, a la Vida. Queridos amigos, nuestra vida es
plena sólo en Dios, porque sólo Él es el Viviente.
2. El pasaje evangélico de hoy nos
hace dar un paso más. Jesús encuentra a una mujer pecadora durante una comida
en casa de un fariseo, suscitando el escándalo de los presentes: Jesús deja que
se acerque una pecadora, e incluso le perdona los pecados, diciendo: «Sus
muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco
se le perdona, ama poco» (Lc 7,47). Jesús es la encarnación del Dios vivo, el
que trae la vida, ante tantas obras de muerte, ante el pecado, el egoísmo, el
cerrarse en sí mismos. Jesús acoge, ama, levanta, anima, perdona y da
nuevamente la fuerza para caminar, devuelve la vida. Vemos en todo el Evangelio
cómo Jesús trae con gestos y palabras la vida de Dios que transforma. Es la
experiencia de la mujer que unge los pies del Señor con perfume: se siente
comprendida, amada, y responde con un gesto de amor, se deja tocar por la
misericordia de Dios y obtiene el perdón, comienza una vida nueva. Dios el Viviente
es misericordioso ¿están de acuerdo? ¡Digámoslo juntos: Dios el Viviente es
misericordioso! ¡Dios el Viviente es misericordioso! Otra vez: ¡Dios el
Viviente es misericordioso!
Esta fue también la experiencia del apóstol Pablo, como
hemos escuchado en la segunda Lectura: «Mi vida ahora en la carne, la vivo en
la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). ¿Qué es esta
vida? Es la vida misma de Dios. Y ¿quién nos introduce en esta vida? El
Espíritu Santo, el don de Cristo resucitado. Es él quien nos introduce en la
vida divina como verdaderos hijos de Dios, como hijos en el Hijo unigénito,
Jesucristo. ¿Estamos abiertos nosotros al Espíritu Santo? ¿Nos dejamos guiar
por él? El cristiano es un hombre espiritual, y esto no significa que sea una
persona que vive «en las nubes», fuera de la realidad (como si fuera un
fantasma), no. El cristiano es una persona que piensa y actúa en la vida
cotidiana según Dios, una persona que deja que su vida sea animada, alimentada
por el Espíritu Santo, para que sea plena, propia de verdaderos hijos. Y eso
significa realismo y fecundidad. Quien se deja guiar por el Espíritu Santo es
realista, sabe cómo medir y evaluar la realidad, y también es fecundo: su vida
engendra vida a su alrededor.
3. Dios es el Viviente, es el
Misericordioso, Jesús nos trae la vida de Dios, el Espíritu Santo nos introduce
y nos mantiene en la relación vital de verdaderos hijos de Dios. Pero, con
frecuencia – lo sabemos por experiencia - el hombre no elige la vida, no acoge
el «Evangelio de la vida», sino que se deja guiar por ideologías y lógicas que
ponen obstáculos a la vida, que no la respetan, porque vienen dictadas por el
egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder, el placer, y no están dictadas
por el amor, por la búsqueda del bien del otro. Es la constante ilusión de
querer construir la ciudad del hombre sin Dios, sin la vida y el amor de Dios:
una nueva Torre de Babel; es pensar que el rechazo de Dios, del mensaje de
Cristo, del Evangelio de la vida, lleva a la libertad, a la plena realización
del hombre. El resultado es que el Dios vivo es sustituido por ídolos humanos y
pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad, pero que al final
son portadores de nuevas formas de esclavitud y de muerte. La sabiduría del salmista
dice: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del
Señor es límpida y da luz a los ojos» (Sal 19,9). ¡Recordémoslo siempre: el
Señor es el Viviente, es misericordioso! ¡el Señor es el Viviente, es
misericordioso!
Queridos hermanos y hermanas, miremos a Dios como al Dios
de la vida, miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una vida de
libertad. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al egoísmo,
digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a la
esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a
Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8, Jn 11,25,
Jn 8,32). A dios, que es el Viviente y el Misericordioso. Sólo la fe en el Dios
vivo nos salva; en el Dios que en Jesucristo nos ha dado su vida y, con el don
del Espíritu Santo, y hace vivir como verdaderos hijos de Dios, con su
misericordia. Esta fe nos hace libres y felices. Pidamos a María, Madre de la
Vida, que nos ayude a recibir y dar testimonio siempre del «Evangelio de la
Vida». Así sea.
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