Monje.
Martirologio Romano: En Emesa, ciudad de Siria, san
Simeón, llamado “Salos”, que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a
Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto y un plebeyo.
Conmemoración también de san Juan, ermitaño, que convivió durante casi treinta
años con san Simeón, peregrinando con él y haciendo también a su lado vida
eremítica junto al Mar Muerto.
Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene
su librillo" refiriéndose a los muy diversos modos de enseñar a los demás
lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de proponer a los
pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en cada una de las materias,
dictando normas y diciendo lo que se puede y lo que no se puede hacer para
conseguir que los alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su
energía y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien
aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos,
distribuir por tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un excelente
maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así hemos complicado las
cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de
todos los tiempos. Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse de tal
sujeto es el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la
penitencia; con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que
estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos egoísta, más piadoso y
también mejor dispuesto a hacer el bien al prójimo con quien convive. De esta
manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se convirtió
voluntariamente en Loco.
Nació en Emesa el año 522. A los treinta años se fue a la
parte del desierto donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus
monjes en la entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados
treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el retiro para
convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que entre risas, chanzas, lloros,
brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes, conducta de lunático y
actitudes de escándalo para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del
pueblo. Y es que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni
siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan los cánones; tuvo su estilo y,
poniéndolo en práctica, consiguió, siendo Loco, hablar del Reino. No es la
leyenda, la imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen; es un
personaje bien definido en la época, en la geografía y en el modo razonado de
actuar del modo menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de
muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados
que le contó el diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver
con los años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco en sirio- que se
propuso jugar con el mundo y reírse de él.
Comenzó su hazaña en la Edesa que le vió nacer en otro
tiempo, arrastrando a un perro muerto que encontró en el basurero próximo,
atándole una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por
el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube de chiquillos que gritaban
al unísono entre risas y burlas persiguiendo al monje que se comportaba de tal
guisa y que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer domingo no hace
otra cosa que tirar nueces a las velas del altar con el acierto de apagarlas, y
cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito y tiró
las que le quedaban a las mujeres piadosas del templo. Volcó las mesas de los
vendedores de bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una
buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió entre
los pobres la mercancía y dijo al de los vinos que "le había encargado a
Dios le guardara su dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos
diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino; los
clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan con sus ridículas máximas de chiflado
por lo que el negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños que
quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón inventar otra locura
que le evitara una posible racha buena: estando dormida la dueña, entra en su
habitación, comienza a desnudarse, grita la señora y rueda las escaleras hasta
la calle por los mamporros que le propina el tabernero. Vive en una cueva, la
suciedad y el desaliño son ahora su propiedad, pero pasea por el pueblo
adornado con ramas de palmera en la cabeza y colgantes de uvas y de ajos; así
va a la plaza del pueblo predicando conversión; el Loco, entre risas y saltos,
se retuerce como un reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza
destrucción, para la gente es un cínico y lunático, simple, loco o brujo. Para
que no quepa ninguna duda de su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza
las deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de nuevo si dejan
que les bese los ojos tuertos, permitiendo se les aproxime con su rala y sucia
barba. No se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para organizar mesa y
comida para pobres en la plaza del pueblo; si alguien pensó que eso era cosas
de buenos, pregunta a las de vida alegre si aceptan su amistad y así se ve que
es para vicio su dinero (quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en
convento). Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció a la
salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando -que no comiendo- medio cordero.
Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia de una criada joven
embarazada de ser el padre de lo que lleva en su seno; a la hora del parto
confesó la pobrecilla a su señora la mentira, descubriendo la estrategia del
Loco que la cuidó con esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad
hubiera sido su aserto.
¿Por qué el santo decidió ser Salos dejando de ser cuerdo?
Cuando era anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le
importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era
normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés, el calor, el frío y la
penitencia dura no le metían en el lecho. Todo era poco por Cristo; Él merecía
más de eso. Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro
cuento; que le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran
"penitente observante" le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso,
de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su
cuerpo. Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y
llegar al desprecio. La locura era buen recurso para limpiar el desierto del
orgullo que bajo capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de su tiempo,
porque parecía intentar batir récords de hambres y querer superar marcas de
penitencias anteriores. Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran
"bueno", la locura fue el remedio cierto; así podía aparecer como
frívolo, malo, juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.
Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón
risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el
envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros"
podremos ponerle al método pedagógico de Simeón Salos?
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