Obispo.
Martirologio Romano: En Albi, ciudad de Aquitania,
tránsito de san Eugenio, obispo de Cartago, glorioso por su fe y sus virtudes,
que sufrió el destierro durante la persecución desencadenada por los vándalos
(501).
Etimológicamente: Eugenio = Aquel que es bien
nacido, es de origen griego.
Cuando los bárbaros destruyeron el Imperio Romano, los
vándalos -dirigidos por Genserico- se apoderaron del norte de África, que
constituía una de las provincias del Imperio.
Aunque cristianos, los vándalos eran arrianos, que
desdecían de su fe cometiendo, por donde pasaban o se asentaban, una larga
serie de atropellos y de crímenes, destruyendo y quemando iglesias y
monasterios y torturando a los habitantes.
A Genserico sucedió en el reino Hunerico, quien al
principio se mostró moderado con los católicos y, por un pedido del emperador
de Constantinopla, permitió que los fieles eligieran libremente sus autoridades
eclesiásticas. Para ejercer la dignidad episcopal de Cartago resultó electo
Eugenio, cuyo nombre significa "bien nacido". Era un sacerdote estimado
por su saber, su piedad y su caritativo celo hacia los pobres.
Eugenio predicó con ardor, defendiendo la fe católica con
agudeza y audacia. Realizó numerosas conversiones y se hizo muy popular y
Hunerico, que le tenía, le prohibió predicar al público, ordenándole no admitir
en su iglesia a ningún súbdito vándalo.
Eugenio replicó que las puertas de la casa de Dios estaban
abiertas para todo el que se acercara. Entonces el déspota puso guardias a la
entrada de los templos, con orden de torturar a aquellos que no acatasen la
prohibición. A los torturados los hacía pasear luego por las calles, como en
procesión, a fin de que sirviesen de escarmiento a los otros.
Así llegaron la violencia, los asesinatos y deportaciones.
Hunerico mandó organizar una asamblea de obispos católicos y arrianos, para
examinar los argumentos de ambas partes. Hablando con Eugenio, le decía:
"Así sabremos quién está en la verdad".
Se refiere que en este tiempo Eugenio realizó un milagro,
en el cual por su intercesión un ciego, al recibir sobre los ojos agua bendita,
recobró públicamente la vista. Los arrianos achacaron el suceso a artes mágicas
y lo acusaron de hechicero.
La asamblea reunida resultó una farsa. Obispos católicos
desaparecían; otros eran torturados. El pueblo fue espectador de una afligente
caravana caminando en el desierto: era Eugenio, seguido por sacerdotes y
fieles. En Tripoli, a donde se trasladó, fue puesto bajo la autoridad de un
obispo arriano, quién lo trató duramente.
Miles de católico fueron llevados al interior del país,
donde cayeron en manos de los moros, que los torturaron y esclavizaron. Murió
así todo el clero de Cartago y muchos hombres, mujeres, ancianos y niños.
La muerte sorprendió al rey de los vándalos en el año 484
y Eugenio pudo regresar a su diócesis cuatro años más tarde, para ser
desterrado nuevamente tiempo después por Trasimundo. Esta vez se dirigió a las
Galias.
Se cree que cerca de Albi, donde reinaba el visigodo
Alarico, otro arriano, realizó vida solitaria y se dedicó a escribir contra los
errores de los herejes. Allí murió en julio del año 505.
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