En aquel tiempo, designó
el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos
los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad
que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni
sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una
casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz,
descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa,
comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No
andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y
os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y
decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una
ciudad y no os reciban, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de
vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre
vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será
más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
“Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis
duelo ni lloréis”
El pueblo judío,
a través de Moisés, había sellado una alianza con Dios: “Yo seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Sabemos que el pueblo no fue siempre
fiel a la alianza sellada. Se fue detrás de otros dioses. Y el pueblo judío
sufrió el destierro a Babilonia.
El pasaje de hoy
nos muestra la renovación de esa alianza del pueblo judío con Dios, estando ya
de vuelta en Jerusalén, en el año 398 a. de Cristo, en la fiesta de los
Tabernáculos. Esdras leyó ante el pueblo la ley que Dios dio a Moisés. “Leyó el
libro en la plaza ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía,
en presencia de hombres y mujeres. Le ayudaron para ello algunos levitas. “Los
levitas leían el libro de Dios con claridad y explicando el sentido de forma
que comprendieron la lectura”. Y todo el pueblo asintió y renovó la alianza con
Dios.
Ante este gran
acontecimiento no cabía la tristeza. “Hoy es un día consagrado a nuestro Dios:
No hagáis duelo ni lloréis… No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es
vuestra fortaleza”. Y lo celebraron con un gran banquete.
“Está cerca de vosotros el Reino de Dios”
Jesús manda por
delante de él a setenta y dos de sus discípulos a predicar a distintos pueblos
y lugares. No se lo pone fácil. Pues les envía no solo como corderos en medio
de lobos, sino con la misión de convertir a esos lobos en corderos.
¿Qué tienen que
predicar para que esto suceda? Lo mismo que predica Jesús desde el principio:
“Está cerca el reino de Dios”. Tienen que predicar a sus oyentes la gran
noticia de que Dios está dispuesto y se ofrece a ser su Rey. No solo Dios es
nuestro creador sino que desea mantener una relación de amor muy intensa con
nosotros, siendo el Rey y Señor de nuestra vida, el que guíe nuestros pasos por
los caminos que Él mejor que nadie sabe que llevan al sentido, a la esperanza,
a la alegría de vivir.
Y aunque en algún
pueblo no les reciban ni acepten este sublime mensaje, antes de marcharse y
después de sacudirse el polvo de ese pueblo, tienen que decirles: “De todos
modos, sabed que está cerca el Reino de Dios”.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
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