Lectura del
santo Evangelio según San Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue
enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les
encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni
alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una
túnica de repuesto.
Y añadió:
–Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os
vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban
muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Pautas para la
homilía
Llamados y enviados
El evangelio de hoy es uno de esos textos bien
conocidos para todos los creyentes: Jesús llama a los doce y los envía a predicar
de dos en dos. Ellos, nos dice el texto, salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Un
texto breve que recoge, sin embargo, todo lo que significa la vida de un
discípulo: llamado y enviado, con una misión concreta y desde una experiencia
muy determinada. Parémonos un momento a ver en detalle lo que esto significa,
al hilo de las lecturas de este domingo, que nos dibujan un perfil muy claro de
lo que es la vida del discípulo.
Volvamos nuestra mirada en primer lugar al profeta
Amós, que en la primera de las lecturas se nos presenta como antecedente de lo
que significa ser elegido y enviado por Dios para una misión: es un hombre
corriente: “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de
higos”; elegido por Dios para vivir de otra manera: “el Señor me sacó
de junto al rebaño”; al que se le encomienda una misión: “Ve y profetiza a
mi pueblo Israel”. El profeta se nos presenta siempre como alguien que ha
tenido una experiencia de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y
de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es
enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la
senda de la obediencia y de su amor. La vocación profética es “irresistible”:
“Habla el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am 3,8), es una pasión que nace de la
escucha de la Palabra y el encuentro con Dios, de la experiencia misma de
haberse sentido mirado, llamado por su nombre, reconocido por la mirada de un
Dios que quiere comunicarse al género humano a través de palabras humanas, de
sus elegidos. Dios tiene la iniciativa y sale al encuentro del hombre para
darle una misión que le configura. Es más que una tarea, es una nueva identidad
que afecta a toda la persona del profeta.
La segunda lectura de este domingo, de la carta a
los Efesios nos adentra en esa nueva identidad que nos es revelada en el
encuentro con Dios, por la cual este himno litúrgico da gracias. El discípulo,
que se expresa en este himno en tono de alabanza, nos está narrando en realidad
su propia experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús: se siente “bendecido en
Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”; “elegido en
la persona de Cristo“ para ser consagrados, partícipes de la santidad de Dios,
e irreprochables ante él por el amor; “destinados a ser sus hijos”, hijos
de Dios, reflejo se su gloria, herederos de sus bendiciones, llenos de
gracia, como se sintió María. Por si esto fuera poco, el discípulo que nos
habla proclama que “el tesoro de su sabiduría y prudencia ha sido un derroche
para con nosotros dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad” que no es otro
que la plenitud del Reino: “recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y
de la tierra”. Y es interesante contemplar a este discípulo que así habla,
porque nos está mostrando cuál es la experiencia que está en la raíz vital de
quien acepta un envío como el del evangelio: es alguien que se vive a sí mismo
como bendecido, elegido, hijo del Padre, lleno de
gracia, sabio en la sabiduría de Dios. Sólo hombres y mujeres que viven
una experiencia así, tan densa, tan transformadora, tan gozosa, pueden, como el
profeta, afrontar una misión que les coloca radicalmente enfrente de los
modelos al uso en aquella sociedad que les toca vivir. Sólo una pasión que nace
de esta experiencia nos puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural
mensaje del evangelio. Cuando la pasión del encuentro transformador con Jesús
se apaga, la misión languidece, o se convierte en una simple tarea.
Jesús, volvemos al evangelio, llama a
los doce, toma la iniciativa y al tiempo nos regala la libertad de sabernos
“sacados de junto al rebaño”, de la simple cotidianeidad de las cosas, como el
profeta, y nos envía. Esta experiencia doble de llamada y envío es
fundamental para el discípulo, porque revela que nuestra misión es eclesial, no
un asunto privado, y por ello la vivimos en comunión, “de dos en dos”, en
comunidad, junto con otros, sabiéndonos copartícipes de la misión de todos los
discípulos. El texto nos subraya algunos elementos de la misión que nos
resultan muy significativos en este momento de la Iglesia: salir al camino, sin
alforjas, sin dinero, pero con sandalias y cayado, para poder resistir el
desgaste del camino: Iglesia en salida, en camino, pobre, desinstalada, libre
de ataduras, en definitiva, para poder servir al evangelio. Itinerantes, porque
hay en el enviado una pasión, una ineludible necesidad de ir siempre más allá,
al encuentro de quienes viven en la oscuridad, porque la luz siempre es
expansiva, difícil de encerrar, de frenar en su vocación de iluminar.
Conscientes de que no siempre seremos bien recibidos.
Anunciamos así, con palabras y gestos de
liberación el plan de Dios para sus hijos: que tengan vida y vida en
abundancia. La verdad experimentada, rumiada, saboreada, se hace más fuerte que
nosotros mismos y no podemos callarla.
Hna. Pilar del Barrio
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/15-7-2018/pautas/
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