Día litúrgico: Sábado I de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 9,35—10,1.6-8): En aquel
tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y
abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La
mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe
obreros a su mies».
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los
espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda
dolencia. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones:
«Dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando
que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos,
purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis».
Comentario: Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer
(Barcelona, España).
«Rogad (...) al Dueño de la mies que envíe obreros a su
mies»
Hoy, cuando ya llevamos una semana dentro del itinerario
de preparación para la celebración de la Navidad, ya hemos constatado que una
de las virtudes que hemos de fomentar durante el Adviento es la esperanza. Pero
no de una manera pasiva, como quien espera que pase el tren, sino una esperanza
activa, que nos mueve a disponernos poniendo de nuestra parte todo lo que sea
necesario para que Jesús pueda nacer de nuevo en nuestros corazones.
Pero hemos de tratar de no conformarnos sólo con lo que
nosotros esperamos, sino —sobre todo— ir a descubrir qué es lo que Dios espera
de nosotros. Como los doce, también nosotros estamos llamados a seguir sus
caminos. Ojalá que hoy escuchemos la voz del Señor que —por medio del profeta
Isaías— nos dice: «El camino es éste, síguelo» (Is 30,21, de la primera lectura
de hoy). Siguiendo cada uno su camino, Dios espera de todos que con nuestra
vida anunciemos «que el Reino de Dios está cerca» (Mt 10,7).
El Evangelio de hoy nos narra cómo, ante aquella multitud
de gente, Jesús tuvo compasión y les dijo: «La mies es mucha y los obreros
pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt
9,37-38). Él ha querido confiar en nosotros y quiere que en las muy diversas
circunstancias respondamos a la vocación de convertirnos en apóstoles de
nuestro mundo. La misión para la que Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo
requiere de nosotros que seamos sus continuadores. En nuestros días también
encontramos una multitud desorientada y desesperanzada, que tiene sed de la
Buena Nueva de la Salvación que Cristo nos ha traído, de la que nosotros somos
sus mensajeros. Es una misión confiada a todos. Conocedores de nuestras
flaquezas y handicaps, apoyémonos en la oración constante y estemos contentos
de llegar a ser así colaboradores del plan redentor que Cristo nos ha revelado.
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