Lectura del santo evangelio según san Mateo
10, 37-42
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga
con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la
encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe,
recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta,
tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo,
tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Pautas para la homilía
¿Cuáles
eran las fidelidades en conflicto de las que habla Mateo?
¿A
quién se enfrentaba Jesús para exigir a sus seguidores una fidelidad tal que
podía llevarlos incluso a la ruptura con la propia familia, sabiendo que la
familia y los clanes en aquel tiempo tenían una importancia suma para la vida y
para la seguridad del individuo? Es más, también Jesús había roto con su propia
familia (Mc 3, 31–15) por el mismo motivo y pide la misma actitud a sus
seguidores. Se trata, qué duda cabe, del conflicto entre la fidelidad al reino
de Roma y a las élites sacerdotales, que interpretaban al Dios de Israel según
sus propios intereses, y la fidelidad al Reino de Dios, que Jesús de Nazaret
vivía en sus propias carnes y que era el que predicaba. ¿Por qué hablamos del
reino de Roma? ¿Aparece en el texto del evangelio de hoy? Sin ninguna duda.
Cuando Mateo escribió este texto, Jesús había sido crucificado por las
autoridades romanas, que eran las únicas que tenían poder para aplicar tan
ignominiosa condena. Y Mateo pone en boca de Jesús que “el que no carga con su
cruz y me sigue, no es digno de mí”. Por consiguiente, la referencia al castigo
político al que puede condenar Roma al que es fiel al Reino de Dios muestra
bien a las claras cuáles son las dos fidelidades en conflicto: al reino del
poder, de la violencia, de la conquista y del sometimiento que era el reino de
Roma y al Reino de Dios, de la fraternidad, de la paz y en el que tenían un
puesto privilegiado los pobres, las viudas, los enfermos, los extranjeros y
todo tipo de marginados.
Las
familias de aquel tiempo, como sucede también en el nuestro, preferían
fidelidad al orden social establecido, aunque les fuera totalmente adverso,
opresivo y empobrecedor, que rebelarse y trabajar por un cambio a otro modo de
organizar la vida. Por eso, el seguimiento como servicio especial al anuncio
del reinado de Dios y la vinculación a la familia como seguidora del
sometimiento a Roma y los colaboracionistas romanos eran incompatibles para
Jesús (cf. Lc 9, 60; Mc 1, 20). De ahí que Jesús exhortara a sus discípulos a
que le profesaran una lealtad por encima de cualquier otra lealtad. (10,38).
Los
discípulos itinerantes y la pobreza. La mística de la pobreza
La
itinerancia, la pobreza y la indefensión fueron los rasgos constitutivos de los
discípulos que formaron la primera Iglesia con Jesús, porque se ajustaban a la
conducta del Maestro y a su predicación. Pero la actitud de Pablo de vivir de
su trabajo y su renuncia al radicalismo itinerante en los grandes centros
urbanos de Grecia y de Asia Menor donde él predicó, dieron pie a una gran
libertad en la interpretación de los mandatos de Jesús. Pero esto acarrea un
peligro en el que hemos caído las Iglesias del occidente, en las que, con el
pretexto de esa «magnífica libertad» para interpretar las palabras de Jesús y
acomodarlas a las circunstancias, se han admitido y se han disculpado
demasiadas cosas nada evangélicas dentro y fuera de la propia
Iglesia–institución. Parece que vivir el evangelio hoy obliga a toda la
Iglesia-institución, a todos sus miembros y ministros, a dar pequeños pasos,
pero firmes y activos, en dirección a una mayor pobreza y renuncia al
poder. La realidad de las Iglesias ricas no tiene ninguna legitimidad
evangélica.
Por
otra parte, es indispensable para toda la Iglesia que, dentro de ella, algunos
grupos y comunidades vivan en el desarraigo y en la pobreza como los primeros
discípulos de Jesús. Pero, a lo largo de la historia de las iglesias
cristianas, este compartir la condición de los pobres no ha puesto en cuestión
las estructuras sociales de explotación, que son las que producen la riqueza de
unos y el empobrecimiento de la inmensa mayoría. En efecto, predicar la
renuncia a los bienes materiales significa exhortar a los pobres a no aspirar a
poseer esos bienes, sino a permanecer en el estado en el que se encuentran.
Decir a los hambrientos que deben alegrarse de no tener el corazón corrompido
por la riqueza y por las preocupaciones materiales que ella engendra, porque
desvía a los hombres del único objeto importante de preocupación, Dios, es
sencillamente un sarcasmo. El evangelio no nos invita a una sociedad de la
pobreza, sino una sociedad de la justicia.
Los
problemas que suscita la fidelidad a Jesús y a su mensaje: la cruz
El
amor de Dios a los desfavorecidos, tal como lo expresó con sus palabras y, sobre
todo, con sus conductas Jesús de Nazaret tiene una dimensión política y provoca
la resistencia de todos aquellos que defienden el poder y los privilegios. Los
discípulos de Jesús cuya vida responde a este mensaje necesariamente tienen que
desmarcarse e ir en contra de las estructuras de poder y de injusticia, con lo
que dejarán de ser personas gratas para esos poderosos.
Enfrentarse
con la vida y con la predicación del Reino de Dios al reino de Roma y a sus
colaboracionistas, los sacerdotes del tempo de Jerusalén, ya se sabía qué
llevaba aparejado. Cuando Mateo escribió su evangelio, como ya hemos dicho en
1, Jesús había sido crucificado. Pues bien, cargar cada uno con su cruz no se
refiere, en los evangelios, a un consejo útil para mejor sobrellevar la situación
de los múltiples y variados sufrimientos que padecemos todos los humanos a lo
largo de nuestra vida. En Mateo se alude específicamente a los sufrimientos que
causa predicar el Reino de Dios, no a otros. La frase “toma tu cruz” evoca una
imagen política de vergüenza, de humillación, de dolor, de rechazo social, de
marginación y hasta de condena a la muerte. Según eso, las palabras de Jesús
son una llamada a defender a la gente situada en los escalones más bajos de la
sociedad, como los pobres, los sin papeles, los parados y los marginados de
cualquier condición. Tal es el riesgo que entraña proclamar y manifestar con la
propia vida el Reino de Dios, porque significa resistirse a las élites de poder
y a su intimidación, a que organicen el mundo sin tener en cuenta a los
millones de pobres y de desheredados que van sepultando en el camino.
Por
consiguiente, el sufrimiento no tiene, en este texto evangélico, un valor por
sí mismo, como ejercicio de ascesis, tal y como lo han interpretado y vivido
muchos movimientos a lo largo de la historia de la Iglesia. Aquí se expresa que
el seguimiento del Reino de Dios produce incomprensión, enfrentamiento,
calumnias, vejaciones y hasta persecución. El sufrimiento por Cristo no está
orientado al perfeccionamiento propio, sino que deriva del amor de Jesús a la
gente. La concepción de Mateo no autoriza a la espiritualización de la cruz que
acompaña a menudo a la interpretación ascética, que es en la que nos hemos
educado los de mayor edad. La idea de llevar la cruz en el sentido de
sobrellevar “pasivamente” y “soportar” la injusticia y la miseria no es
evangélico. Con esta actitud, esos movimientos ascéticos han contribuido, qué
duda cabe, a fortalecer el orden social existente, porque, con aguantar el
sufrimiento, han movido a la conformidad con el mal y con la injusticia y a
considerar esa resignación más como virtud cristiana que como pecado.
El
reto más importante que plantea este texto a las Iglesias cristianas de hoy,
que hablamos incesantemente del sufrimiento, es que estas Iglesias no lo
padecemos –sobre todo en los países del primer mundo– porque no predicamos el
Reino de Dios, cuando el sufrimiento es, según Mateo, una consecuencia
necesaria de la predicación y de la forma de vida de Jesús. Seguramente, estas
Iglesias miramos para otro lado ante las injusticias que abundan en nuestro
mundo; por eso no son incómodas.
Conflicto
entre Dios misericordioso y Dios justo juez
“Quien
os recibe a vosotros, me recibe a mí”. Recibir a los discípulos misioneros es
aceptar el mensaje de Jesús, escuchar (= confiar en) sus palabras, que
proclaman el reinado de Dios frente al reinado de Roma y de los ricos saduceos.
Hay aún otra conexión: “Quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha
enviado”. La enseñanza de Jesús revela que Dios está presente con él y a través
de la misión de los discípulos. Un elemento central de la misión de los
discípulos es hacer posible un encuentro con la presencia salvífica de Dios.
Pues
bien, todo esto tendrá una recompensa, como dicen las últimas líneas del relato
evangélico de hoy. También lo afirma el texto del Antiguo Testamento sobre la
mujer que daba acogida en su casa al profeta Eliseo. Pero aquí aparece uno de
los grandes problemas de comprensión de todo el evangelio: ¿cómo hay que
compaginar al Dios misericordioso con el Hijo del hombre, juez universal que
premia por acoger a los profetas o por dar un vaso de agua a los más
necesitados?
Fidelidades
en conflicto hoy
Hoy
Mateo nos pondría en la misma disyuntiva que señaló entonces, porque también nosotros
tenemos un conflicto de fidelidades a dos reinos: el de Dios y el de nuestra
sociedad de la producción y del consumo. O somos fieles al mensaje de Jesús,
condensado en las bienaventuranzas y en su práctica de acogida a pobres,
enfermos, desamparados, emigrantes, hambrientos y marginados de toda clase o
bien optamos por la fidelidad al mundo en el que vivimos, donde los valores
económicos y los de tipo biopsíquico han convertido absolutamente todo en
mercancía, y en el que unos pocos se están haciendo con las riquezas de nuestro
planeta, mientras que una gran mayoría padece hambre, enfermedades y
desprotección. Quizás estemos muy a gusto con que las cosas sigan como
están. El saqueo sin límites de los recursos naturales, sin otro objetivo que
el lucro cada vez mayor de unos pocos, nos ha dado un aviso muy serio con la
pandemia del covid–19 que ahora padecemos.
Si
los que nos llamamos discípulos de Jesús, decimos que queremos dar testimonio
de las bienaventuranzas con nuestras vidas, pero esto no produce la oposición
de aquellos a los que ese mensaje perjudica en sus intereses, quizás sea porque
nuestra implicación en el mensaje de Jesús es muy escasa o hasta nula. Quizá
Mateo negase tajantemente a nuestras Iglesias de Europa occidental el derecho a
anunciar el «evangelio del Reino», porque apenas seguimos la dirección que él
marcó ni protestamos contra los poderosos ricos de nuestro mundo para hacer
visible la «justicia de Dios» y, con ella, el evangelio. Dice el dominico
Schillebeeckx: “Aunque (las jerarquías eclesiásticas) con la intención se
distancien de un sistema que hace a los pobres cada vez más pobres y a los
ricos cada vez más ricos, están tan ligadas institucionalmente a ese sistema,
que han de mantener la boca cerrada. Para poder anunciar su mensaje deben
guardar silencio, con lo cual se encuentran en un círculo vicioso. Para
subsistir como Iglesias se ven obligadas a silenciar las exigencias del
evangelio. ¿Será que las Iglesias han olvidado que el seguimiento de Jesús
puede costarles la vida?”
Baldomero López
Carrera
Laico Dominico
Laico Dominico
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