Texto del
Evangelio (Jn
16, 23-28): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad
os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta
ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para
que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se
acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con
toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en
mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el
Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí
de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el
mundo y voy al Padre».
Comentario: Rev. D. Xavier ROMERO i
Galdeano (Cervera, Lleida, España).
«Salí del Padre (...) y voy al Padre»
Hoy, en vigilias de la fiesta de la Ascensión del
Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables.
Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre
es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he
venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn
16,28).
No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino.
No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino.
Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero
dudan de la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene
una cosa importante a recordar: “Aquel” a quien los judíos
denominan Dios es el que nos ha enviado a Jesús; es, por tanto, el
Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente que sólo
puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el
Padre de Jesús.
Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda
otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos
hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un
misterio bellísimo para nosotros: esta paternidad divina adoptiva de
Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción humana en que
tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un
nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran
Familia divina ya no es un extraño.
Por esto, en el día de la Ascensión se nos
recordará en la Oración Colecta de la Misa que todos los hijos
hemos seguido los pasos del Hijo: «Concédenos, Dios todopoderoso,
exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque
la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde
nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también
nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano
debiera “descolgarse”, pues todo esto es más importante que
participar en cualquier carrera o maratón, ya que la meta es el
cielo, ¡Dios mismo!
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