Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se
cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús
a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:
Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un
par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón;
este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él
estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no
vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el
Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para
cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya
en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista
de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo
Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía
de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a
ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto
las intenciones de muchos corazones».
Comentario: Chanoine
Dr. Daniel MEYNEN (Saint Aubain, Namur ,
Bélgica).
«Ahora, Señor, puedes (...) dejar que tu siervo se vaya en
paz; porque han visto mis ojos tu salvación»
Hoy, 29 de diciembre, festejamos al santo Rey David. Pero es a toda la familia de David que la Iglesia
quiere honrar, y sobre todo al más ilustre de todos ellos: ¡a Jesús, el Hijo de
Dios, Hijo de David! Hoy, en ese eterno “hoy” del Hijo de Dios, la Antigua
Alianza del tiempo del Rey David se realiza y se cumple en toda su plenitud.
Pues, como relata el Evangelio de hoy, el Niño Jesús es presentado al Templo
por sus padres para cumplir con la antigua Ley: «Cuando se cumplieron los días
de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para
presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón
primogénito será consagrado al Señor» (Lc 2,22-23).
Hoy, se eclipsa la vieja profecía para dejar paso a la
nueva: Aquel, a quien el Rey David había anunciado al entonar sus salmos
mesiánicos, ¡ha entrado por fin en el Templo de Dios! Hoy es el gran día en que
aquel que San Lucas llama Simeón pronto abandonará este mundo de oscuridad para
entrar en la visión de la Luz eterna: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la
que has preparado a la vista de todos los pueblos» (Lc 2,29-32).
También nosotros, que somos el Santuario de Dios en el que
su Espíritu habita (cf. 1Cor 3,16), debemos estar atentos a recibir a Jesús en
nuestro interior. Si hoy tenemos la dicha de comulgar, pidamos a María, la
Madre de Dios, que interceda por nosotros ante su Hijo: que muera el hombre
viejo y que el nuevo hombre (cf. Col 3,10) nazca en todo nuestro ser, a fin de
convertirnos en los nuevos profetas, los que anuncien al mundo entero la
presencia de Dios tres veces santo, ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Como Simeón, seamos profetas por la muerte del “hombre
viejo”! Tal como dijo el Papa San JuanPablo II, «la plenitud del Espíritu de Dios viene acompañada (…) antes que
nada por la disponibilidad interior que proviene de la fe. De ello, el anciano
Simeón, ‘hombre justo y piadoso’, tuvo la intuición en el momento de la
presentación de Jesús en el Templo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario