Homilía de Mons. Héctor
Rafael Rodríguez Rodríguez, MSC
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Su Eminencia
Reverendísima Nicolás de Jesús Card. López Rodríguez, Arzobispo Metropolitano
de Santo Domingo – Primado de América
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Señor Nuncio
Apostólico, Mons. Jude Thaddeus Okolo, representante de SS el Papa Francisco
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Queridos
hermanos en el Episcopado
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Excelentísimo
Sr. Presidente de la República Ldo. Danilo Medina
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Queridos
Sacerdotes, Diáconos y Seminaristas del Clero diocesano
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Miembros de la
Vida Consagrada activa y contemplativa e Institutos Seculares
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Movimientos
apostólicos que hacen vida en esta Diócesis
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A todos mis
queridos hermanos y hermanas que en lo adelante forman parte de mi nueva
familia a la que me unen no vínculos de sangre, sino vínculos afectivos,
espirituales y apostólicos… --
Autoridades civiles y militares presentes
Mi sorpresiva elección como obispo de esta querida Diócesis, mi nuevo
hogar, ha hecho emerger de mi corazón algunos pensamientos que compartiré con
ustedes a continuación:
1. Agradecimiento: Permítanme
agradecer a Dios por haberme regalado la vida, la vocación, la misión…
por fijar su mirada en mí para que sea su misionero, su sacerdote, su obispo, a
pesar de mis fragilidades; al Papa Francisco y a la Conferencia
Episcopal de la República Dominicana por confiar en mí para este servicio
eclesial. A Mons. Antonio Camilo por su trato exquisito, su gentileza y
toda su disponibilidad para facilitar mi inserción en esta nueva misión. A cada
uno de ustedes por acompañarme en este acontecimiento tan significativo. A
quienes han venido de los diferentes puntos del país, muy especialmente a mis
compueblanos de Sánchez encabezados por su Honorable Alcalde Melvin Ramírez, un
abrazo grande desde aquí. Igualmente a los que han venido del exterior: Mons.
Wilfredo Pino Estévez, Obispo de Guantánamo, Cuba, a los compañeros msc y
amigos que han venido de Venezuela, Colombia, los EE UU y Puerto Rico, muchas
gracias por su presencia. A mi formador y maestro de novicios Mons. Valentín
Reynoso y a todos presentes de mi Diócesis de La Vega…
Quiero dejar constancia de mi gratitud a dos familias a las que
amo entrañablemente: Mi familia de sangre, donde desde niño me nutrí de
los más preciados valores humanos y cristianos. Donde comencé a sentir gusto
por la honestidad, la verdad, la responsabilidad, el trabajo, el respeto y el
servicio. Donde aprendí a valorar como una riqueza y no como una amenaza al que
piensa diferente. Y la familia de los Misioneros del Sagrado Corazón,
que durante la mayor parte de mi vida ha sido mi madre y mi maestra, ha cuidado
de mi formación humana y espiritual, de mi salud física y psicológica. Hoy
puedo decir que soy quien soy gracias a Dios y a mis dos familias: la de sangre
y la espiritual (la Iglesia y la Congregación).
2. Mi disponibilidad incondicional a Dios y
a los hermanos: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”, para
agradarte y servirte a Ti antes que a los hombres y a las apetencias mundanas.
Pero aquí estoy también mis hermanos para servirles. Soy de ustedes y aquí
estoy para ustedes. Aquí estoy Señor como una página en blanco dispuesto a
permitirte que escribas en ella tus mejores propósitos a favor de esta
Diócesis. Estén seguros que si es Dios quien escribe, será un contenido
consistente, pleno de ternura, misericordia y compasión, cercanía, humildad,
acogida, verdad y amor. Ofrezco al Señor y a todos ustedes mi vida, todo lo que
soy, mis talentos… me comprometo a dar lo mejor de mí a favor de la
construcción del Reino de Dios. Con esta disponibilidad me propongo continuar
la tarea evangelizadora iniciada por Mons. Panal, Mons. Flores y Mons. Camilo,
ante quienes reconozco mi pequeñez.
3. Sorpresas de Dios y misión: He
pensado mucho en lo ocurrido a Abraham cuando Dios lo sorprende en medio
de la rutina de su vida y le ordena: “deja tu tierra y tu parentela y ve a
una tierra que yo te mostraré” (Gn 12, 1) y por la fe obedeció Abraham
sin saber a dónde iba. Yo también he decidido fiarme del Señor y
obedecerle, aún sin saber a ciencia cierta las implicaciones de la misión que
me sería confiada. Me he puesto en camino hacia un terreno desconocido,
confiando que Dios, quien me ha enviado, no me dejará solo. Con la conciencia
de que el itinerario cristiano no tiene un mapa definido, sino que está abierto
a la esperanza y a la providencia de Dios. Con la certeza de que “quien a
Dios tiene, nada le falta”. Esto me hace valorar el espíritu misionero de
esta Diócesis que, por años, ha ofrecido generosamente su colaboración a las
iglesias de Barahona, San Juan, Baní e Higuey en el país y en los EEUU. Haremos
los ajustes necesarios para que esta práctica sea mantenida y fortalecida, no
por caprichos personales, sino porque la Iglesia es misionera por naturaleza y
el Resucitado así lo mandó a sus discípulos: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación.” Mc 16, 15-20.
4. Fidelidad al Evangelio y a Jesucristo
ante todo: La misión fundamental del obispo es evangelizar,
enseñando, custodiando y transmitiendo fielmente el Evangelio. En lo profundo
de mi ser siento que soy Obispo para anunciar la alegría del Evangelio de
manera especial a los hermanos tristes y desilusionados. Pero la tarea de
mostrar a Jesucristo Vivo, no muerto ni sepultado, se vuelve cada vez más
desafiante en una sociedad que parece esforzarse por pactar con la mediocridad,
la superficialidad, desilusión, la muerte y el desencanto… una
sociedad donde lamentablemente se abre paso, con fuerza, la cultura de la
muerte en todas sus manifestaciones. Sin embargo, estoy convencido que siempre
es posible orientar esta vida de otro modo: al modo de Jesús, para que nuestras
acciones sean conformes a las suyas.
5. Dimensión profética de la fe: En nuestro servicio episcopal seremos fieles a la
dimensión profética de la fe, tan cercana y coherente al modo de ser y actuar
de Jesús. Esta abre nuestra sensibilidad a la defensa de la vida, de la
justicia, de la paz y la dignidad humana en todas sus manifestaciones. San
Ireneo decía: “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva” y esa
ha de ser también nuestra gloria. Es lamentable que el don de la profecía moleste
e irrite a tantos, hasta tal punto, que muchos cristianos han pagado su ser
profeta a precio de sangre, con su vida.
6. La dimensión mística de la fe: Esta
nos permite ser personas de un profundo talante espiritual, hombres y mujeres
de Dios, cuya práctica surge de las profundas convicciones de la fe y no de la
superficialidad del orgullo, del protagonismo personal, la prepotencia y la
vanagloria. La mística nos configura con Jesucristo hasta llevarnos a decir: “no
soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20); nos pone en un
estado permanente de buscar y encontrar a DIOS EN TODAS LAS COSAS… en TODO:
en lo cotidiano y en lo extraordinario, en la contemplación y en la acción, en
el trabajo y en el descanso, en la salud y en la enfermedad, en la soledad y la
compañía. Nos ayuda a vivir el amor de Dios en nosotros como una fuerza
interior que nos catapulta hacia el servicio y la entrega. Sólo el amor es
capaz de sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. En efecto, la fecundidad de
nuestro apostolado dependerá de nuestra calidad de vida dada por la unión con
Cristo. Sólo es posible vivir a plenitud el sacerdocio, el episcopado, la
vocación religiosa o laical unidos a Cristo, desde una experiencia
personal de amistad con Él. Si no somos capaces de entender esto, estamos
perdidos. Partiremos y caminaremos desde y hacia el vacío.
7. Colaboración y fraternidad: Hermanos y
hermanas, he dicho en más de una ocasión que me propongo asumir este ministerio
contando con la colaboración de todos ustedes. Mi deseo es que todos los
recursos evangelizadores, todas las personas, instituciones eclesiales y formas
de vida cohabiten en armonía, sin rivalidad, uniendo sus fuerzas para un
mismo fin: la evangelización y la gloria de Dios, porque los cristianos no
existimos para pelearnos y devorarnos
entre sí. Hemos de entender que la diversidad de carismas es lo que enriquece a
nuestra Iglesia. Todos son necesarios a condición de que formen parte de un mismo cuerpo que es la
Iglesia, cuya cabeza es Jesucristo y no se comporten como individualistas
“francotiradores” que no cuentan ni necesitan de nadie para hacer su trabajo.
Invito a todas y todos en la Diócesis a poner sus
capacidades al servicio del Reino. Que nadie “entierre” sus talentos. Quien
tenga capacidad para cantar que cante, quien tenga el don de proclamar que
proclame la Palabra, quien tenga el don de predicar, que predique, quien tenga
el don de aconsejar que lo haga, quien tenga el don de escuchar que escuche a
los demás, quien tenga el don de hacer silencio, que siga a Jesús y dé su
aporte desde el silencio… y ustedes verán que nuestra Diócesis seguirá siendo la
gran Diócesis de La Vega: dinámica, llena de vitalidad, evangelizadora, mística
y profética… una Iglesia al servicio del Dios de la Vida. Mis hermanos y hermanas, con ustedes estoy iniciando este camino y con
ustedes espero concluirlo. Cuento con su cercanía, sus oraciones, sus
correcciones y su valiosa colaboración en el ejercicio de esta nueva tarea
eclesial. Es más, me siento orgulloso de “aprender a ser obispo” con ustedes.
8. Principios que regirán mi servicio episcopal: El criterio primero y
último, el “eje central” de mi servicio episcopal será Jesucristo, quien
constituye mi razón de ser y proceder. Él marcará las pautas de mi vida y de la
vida de la Diócesis. Naturalmente esto tendrá sus implicaciones con todos
aquellos para quienes Jesús y su mensaje salvífico signifiquen poca cosa en su
vida pública y privada. Quiero fundamentar mi servicio episcopal en elementos
fuertes/consistentes, en principios, valores y virtudes inspirados en el
Evangelio, tales como la fidelidad, la cercanía, la ternura, la escucha, la
misericordia, fraternidad, solidaridad, la verdad y transparencia, la justicia,
el amor y la paz y no en sentimentalismos o conveniencias personales.
9. Humildad y mansedumbre de Dios: “Dios actúa en la humildad y en
el silencio, su estilo no es el espectáculo. Así actúa el Señor: hace las
cosas con sencillez. Te habla silenciosamente al corazón. La humildad de Dios
es su estilo; la sencillez de Dios es su estilo.” (El Papa Francisco en
Santa Marta, 09 de marzo de 2015). Mis queridos hermanos, oren para que “Jesús,
manso y humilde de corazón”, permita que mi frágil corazón lleno de
flaquezas se asemeje, al menos un poquito, al Suyo y que me conceda la gracia
de ser un pastor de acuerdo a los deseos de Su Corazón (cf. Hch 13,22) y
no según los caprichosos y fugaces deseos de este mundo.
Encomiendo
a María, Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona del pueblo dominicano, a
Nuestra Señora del Sagrado Corazón, Patrona de los Misioneros del Sagrado
Corazón, la primera discípula de Jesús, este nuevo ministerio que el Señor me
ha confiado. Y a Ti Jesucristo, mi único Señor y Salvador,
Tú que eres “manso y humilde de corazón”, dame entrañas de ternura,
misericordia y bondad en este nuevo servicio eclesial.
Muchas
gracias y que Dios les bendiga a todos.
Catedral
Inmaculada Concepción
La
Vega, 09 de mayo de 2015
X Mons. Héctor Rafael Rodríguez Rodríguez, MSC
Obispo de La Vega (República Dominicana)
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