Día litúrgico: Sábado VII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 10,13-16): En aquel tiempo,
algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos
les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños
vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de
Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en
él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Comentario: Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i
Bruguera (Badalona, Barcelona, España).
Dejad que los niños vengan a mí
Hoy, los niños son noticia. Más que nunca, los niños
tienen mucho que decir, a pesar de que la palabra “niño” significa “el que no
habla”. Lo vemos en los medios tecnológicos: ellos son capaces de ponerlos en
marcha, de usarlos e, incluso, de enseñar a los adultos su correcta
utilización. Ya decía un articulista que, «a pesar de que los niños no hablan,
no es signo de que no piensen».
En el fragmento del Evangelio de Marcos encontramos varias
consideraciones. «Algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara;
pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13). Pero el Señor, a quien en el
Evangelio leído en los últimos días le hemos visto hacerse todo para todos, con
mayor motivo se hace con los niños. Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo:
‘No se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc
10,14).
La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado.
¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño? Todo el mundo tiene
derecho a acercarse a Jesús; el niño es uno de los primeros que ha de gozar de
este derecho: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).
Pero notemos que, al acoger a los más necesitados, los
primeros beneficiados somos nosotros mismos. Por esto, el Maestro advierte: «Yo
os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc
10,15). Y, correspondiendo al talante sencillo y abierto de los niños, Él los
«abrazaba (...), y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10,16).
Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien
es como un niño —como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que
todo es don, todo es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y
contemplar con “silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...).
Aquel que posee la palabra de Jesús puede también, de verdad, escuchar el
silencio de Jesús».
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